Una oportunidad no solo para reflexionar sobre la violencia contra la mujer sino sobre la responsabilidad de los medios.

En su columna, la periodista Claudia Morales contaba que había sido violada por uno de sus jefes, pero no lo identificaba con nombre propio (lo llama simplemente ‘Él’), y reclamaba el derecho de las víctimas al silencio. Pero lo que hizo Claudia Morales no fue silencio, sino mucho ruido: apareció en cualquier cantidad de medios repitiendo su defensa del silencio y justificándolo por temor, pero –y esto es lo que más contradice su bandera– dando cada vez más pistas sobre su victimario.

Que “era un hombre relevante en la vida nacional”, que tenía un amplio “margen de peligrosidad”, que “es capaz de muchas cosas, porque la vida que esa persona ha tenido ha demostrado que nada de lo que ocurra a su alrededor le puede hacer daño […] tiene todo el poder para poderse salir con la suya”.

El artículo continúa abajo

Con su actitud, la columna de Claudia Morales no solo dio para una cacería de brujas en redes sociales, sino un juego de adivinanzas que era alimentado con cada intervención. En cada emisora, Morales daba un dato del victimario y exoneraba a otro sospechoso con una frase amable, exaltando su profesionalismo, su carácter de maestro, su afecto. Así, quedaron exculpados casi todos sus jefes periodistas. Un juego de descarte que dejó como sospechoso a un político, “una figura relevante de nuestra historia”, frase que soltó en otra emisora.

En medio del revuelo que provocó Claudia Morales en redes sociales, El Espectador salió en su defensa, asegurando que por las reacciones adversas que generó (matoneo) era que muchas otras mujeres no se atrevían a denunciar el acoso y el maltrato sexual.

“Los linchamientos en gavilla, cuando se trata de un ser abusado, duelen, desestimulan la denuncia y también a muchos los llenan de vergüenza”, dijo Claudia Morales, citada por El Espectador, que por cuenta de su posición quiso extender el silencio de ella a todos aquellos que creen que su columna hizo muy poco por las mujeres; es más, que fue “el retroceso más terrible para el movimiento feminista en Colombia”, como dijo la feminista Carolina Sanín en Facebook.

Pero detrás del matoneo del que fue víctima Claudia Morales hay 2 verdades que El Espectador minimizó u omitió: ella, y el periódico al permitirle publicar acusaciones de las forma en la que lo hizo, propiciaron la tal cacería de brujas contra un grupo de hombres que no tenía nada que ver; y por no haber mencionado el nombre de su agresor en su columna, ella no hizo nada con su denuncia por romper el ciclo de violencia contra la mujer, bandera que ha enarbolado el mismo periódico por años.

Todo lo contrario: les transmitió a millones de mujeres el mensaje de que lo mejor es callar. Porque si ella, una mujer que se ha movido en los círculos del poder, que no se ha movido simplemente en los medios de comunicación, sino en la élite de ellos, con una tribuna para hablar, con un elevado nivel intelectual y de visibilidad, siente miedo, “¿qué dirá la empleada del servicio que fue violada por el hijo del dueño de la casa, la campesina a la que el hacendado le quitó la virginidad…?”, como preguntó la periodista Paola Ochoa en una entrevista con ‘La W’. Además de ellas, millones de colombianas promedio son víctimas de acoso y violaciones en contextos de relaciones de poder y subordinación. Y a ellas las matan más fácilmente.

En el extremo de la contradicción, El Espectador concluía que “la atención debería concentrarse en los agresores y en las condiciones que existen en la sociedad que los protegen”, que fue precisamente lo que impidió hacer Claudia Morales omitiendo el nombre de su agresor.

Si se ven los casos presentados en Estados Unidos, el de las actrices de Hollywood, el de las gimnastas del equipo olímpico, el de los medios de comunicación, lo que queda claro es que el agresor tiene un nombre propio, es identificado. Y mencionarlo fue lo que marcó la diferencia. Harvey Weinstein. Charlie Rose. Larry Nassar. Matt Lauer…

Haber omitido ese nombre y promover el juego de las adivinanzas fue lo que llevó al periodista estadounidense Jon Lee Anderson a mencionar explícitamente el nombre de Álvaro Uribe Vélez como el presunto violador. Ese, como lo dijo el mismo Anderson, era el rumor que había en los medios.

Y este viernes El Espectador en su editorial volvió con la tesis de que las mujeres callan por el tipo de ataques de los que ha sido víctima Claudia Morales y califica de irresponsables a quienes acusan a Uribe de presunto violador, cuando el origen de la irresponsabilidad estuvo en ella, al escribir la columna de esa forma y, luego, del medio que la publicó.

(Es claro que Claudia Morales pudo haber publicado en sus redes sociales su texto, pero hacerlo en un medio reputado tiene sus ventajas, ella lo sabe).

Es válido preguntar si la sección de opinión de un periódico estadounidense serio, como ‘The New York Times’ o ‘The Washington Post’, hubiera publicado la columna de la equivalente gringa de Claudia Morales en los términos en que ella lo hizo: señalar de agresor a uno de sus jefes en su larga historia laboral, uno de los cuales fue un expresidente estadounidense, cuando ella estuvo en la Casa Blanca. Probablemente, no lo hubiera hecho.

Por señalamientos menores, medios colombianos se han abstenido de publicar columnas y han salido sus autores de la nómina de colaboradores.

Por eso, la misma Paola Ochoa ha conminado a Claudia Morales a decir de una vez por todas quién fue su agresor.

Pero la misma Ochoa, en un comportamiento incoherente, tampoco reveló en una columna de El Tiempo quién fue su acosador sexual, haciendo un flaco favor a la causa de las mujeres. E hizo lo mismo que Claudia Morales: ponernos a jugar a las adivinanzas con cada pista que da, aunque los participantes del juego son solo aquellos que se mueven en medios: hoy todos allí se preguntan quién es el periodista jefe de uno de esos medios en el que ella trabajó (eran 2) cuando ocurrió el acoso que, además del dueño, tiene en su oficina un sofá.

Con ellas (a la que se sumó Paloma Valencia contando que un procurador acoso de su mamá), Colombia pasó del #yotambien fui víctima, al #yotampoco denuncio… o lo que es peor: #yotambienadivino

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.

LO ÚLTIMO