Al momento de escribir esta columna, Colombia tiene tres medallas olímpicas: oro con Figueroa en pesas, plata con Alvear en judo y una por definir en boxeo con Yuberjén Martínez.

El oro de Figueroa se ha llevado todos los reflectores porque amamos a los ganadores, pero a mí me interesan más las historias de derrota porque, como dijo un escritor, la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce.

He seguido el tiro con arco, un deporte que nunca veo pero que tiene su belleza porque se necesita de mucha serenidad y exactitud. A este nivel tan alto, darle a la diana en el número ocho no es nada del otro mundo. Vi a las colombianas perder por equipos y en individual.

Contra India, el equipo empezó con dos disparos en el diez, la máxima puntuación, y cuando todo apuntaba a que iba a arrasar, fue decreciendo, al punto de que cerró con un tiro que dio en el tres.

Entiendo que tiene mérito clasificar a unos Olímpicos, y que nuestros deportistas llegan lejos después de enfrentar muchas limitaciones y obstáculos. No me estoy quejando, solo me gustaría saber por qué los colombianos tendemos a fallar cuando más se nos exige.

Igual pasó con el ciclismo. Con un equipo de ensueño y luego de la medalla de plata de hace cuatro años, se esperaba estar arriba. Urán se retiró, al igual que Henao, que cayó cuando iba de líder. Ese tampoco es el punto. El asunto pasa por que días antes de llegar a Río, Rigoberto hizo público los problemas que tuvo con la aerolínea para viajar por llevar tres bicicletas.

Días después, el campeón mundial en ciclismo de pista, Fernando Gaviria, expuso en redes sociales iguales inconvenientes para viajar a Brasil a competir. Y no es la primera vez. El joven corredor próximo a cumplir 22 años ya había reclamado por falta de apoyo a comienzos de este año. Así, deportistas de élite no solo tienen que enfrentar el escaso apoyo del estado, sino los escollos de las líneas aéreas.

Y todo eso mientras Dilian Francisca Toro, gobernadora del Valle, estaba en los olímpicos con comodidades que muchos de los deportistas no tienen, supuestamente apoyando a la delegación nacional. La vimos en los partidos de tenis de la dupla Farah-Cabal, y robando cámara en una entrevista que le hicieron a Jarlinson Pantano.

Y claro, cuando Figueroa ganó la de oro, también estuvo. Ni idea con dinero de quién haya viajado y si dejó en orden los asuntos de su despacho, pero que un dirigente tan cuestionado en un país tan conflictivo como Colombia esté en Río en mejores condiciones que los deportistas a los que apoya y a los ciudadanos a los que gobierna, da para indignación y reclamo.

Pero prima lo bueno, de ahí que valga agarrarse del oro de Óscar Figueroa, primera medalla de ese tipo conseguida por un hombre colombiano en toda la historia de los olímpicos, lo cual no es un detalle menor. Desplazado por la violencia, testigo de una matanza y tras 22 años de buscar imponerse en unas olimpiadas, esta semana logró el objetivo.

Lección para todos nosotros, que con condiciones de vida mucho más fáciles que las suyas, nos imponemos proyectos que abandonamos antes de los seis meses, cuando no antes de las seis semanas, de haber arrancado.

Ver a esa masa de músculos de apenas 62 kilos de peso desmoronarse y bañarse no solo en oro, sino en lágrimas, me hizo pensar en todos los que nos han malgobernado, y cómo en este país los ciudadanos logran cosas no gracias, sino a pesar de él. Llegada la hora de montarse al podio para recibir su premio, resultó imposible no llorar a su par, y que los dirigentes oportunistas quisieran robarse parte de su gloria. Para bien y para mal, así funciona este platanal. Lo único que sé es que ganar en una competencia deportiva no debería costar tanta sangre.

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