Y es una obra de referencia porque se trata de “un conjunto vívido de composiciones versadas y perspicaces que no pierden su poder, originalidad y acento: la voz de ese pueblo al que hace referencia en primera medida, Piedecuesta, en Santander, pero en el que a la vez cabe todo el resto del país como en talego de pobre”, añade García, en un texto que escribió para la revista Shock, publicado el miércoles.

Lo que dice Chucky sobre ‘Once rasqas’, el primer álbum de Velandia y la Tigra, me sirve de preámbulo para explicar por qué ese trabajo musical, al menos para mí, fue un gran alivio.

Unos años antes de que Edson Velandia apareciera con sus rasqas, las emisoras, bares y tiendas del país eran ‘víctimas’ de una especie de invasión: el tropipop.

El tropipop solía hacer referencia a lo ‘popular’, pero era un acercamiento que no sonaba sincero. La fórmula, de hecho, ya era bien conocida: incluir en las letras ‘compadre’, ‘borrachera’, ‘pa gozar’, ‘parranda’… y ponerse sombrero vueltiao con jean y manillas multicolores (como las de Samuel Moreno).

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Pero con Velandia y la Tigra y sus ‘Once rasqas’ es evidente que hubo un trabajo real por componer letras bien elaboradas y combinar ritmos (guabina, carranga y rock) sin caer en las fusiones obvias.

Lo que hizo (y hace) Edson Velandia, además, fue convivir con lo popular sin exotismos baratos ni clichés, conservando un gran sentido del humor.

Porque a diferencia de los jóvenes del tropipop, que se emborrachaban y emparrandaban y vivían felices, la preocupación mostrada en las canciones de Edson era que no había plata ni siquiera para esa borrachera:

“Se me tumba el techo, se me moja el lecho… Y yo, sin un mísero Gaitán [1.000 pesos]” (‘Ánima’).

Juan Carlos Garay decía lo siguiente sobre las rasqas de Edson: “La otra gran sorpresa, la definitiva quizá, es un manejo soberbio del lenguaje que parece una bofetada a tanta rima fácil y tanta frase de cajón que inunda hoy nuestra radio” (Semana, mayo de 2007).

La canción ‘La cuña’, con sus refranes satíricos, es un ejemplo de lo que exponía Garay:

Toda espera tiene resignación
No hay bien que por bien no venga
ni care pálida que no se caiga
todo gato loco tiene su perro manso
toda gracia tiene su trampa
toda entrega tiene reserva
no hay terco que no corone, ni tierra que no dé ganya
todo santo carga su culpa
todo guapo tiene su arrisque
cada purga se santifica

‘La mafia del aguacate’, otra de las canciones del álbum, tiene una línea, aparentemente simple, que remite a un verdadero dilema: “Muéranse, bueyes, que llegó el tractor“.

Y ‘Barajas’ es otra con mucha de poesía:

Mama, deje la tristeza…
que ya nacimos tristes
[…]
Llevo como si no llevara nada
Y vivo como si no estuviera

Garay, en ese momento, decía que ‘Once rasqas’ era “uno de los trabajos más sorpresivos en la historia reciente de la música colombiana”.

Y ahora, 10 años después, las palabras del crítico musical siguen vigentes, sobre todo porque Edson Velandia no ha dejado de componer y cantar rasqas.

Y la ‘Farra garrotera’, la última canción de ‘Once rasqas’, con su parodia a los discursos políticos, se puede escuchar como si fuera algo actual:

Mirad esta avalancha de inconsecuencias
No es otra cosa sino la confirmación del universo
No dejemos pasar este momento de inconsciencia
Paisanos míos, brindemos por el fracaso.

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