Los huecos van ocupando de lado a lado la vía, sin saberse a quien corresponde su arreglo. Parecería que ni la alcaldía de Chapinero ni la Mayor tuvieran injerencia alguna en este importante espacio de la ciudad.

Hablo de la calle 71 entre carreras 5 y 7, es decir en pleno Rosales o Zona G, al lado de los hoteles Rosales Plaza, Artisan y la torre de los venados.

Son millones de pesos los que pagan los edificios de oficinas y comercio que rodean la zona: prediales, retenciones, Icas, ivas. Por lo que se debería esperar que las vías y los andenes de la zona estuvieran en mejor estado. Pero a la manera de la mermelada del exministro Juan Carlos Echeverry, los impuestos se esparcen por toda la ciudad, pero no se invierten en el mismo lugar de su procedencia.

Considero que las vías y andenes deberían ser símbolo del lugar donde se encuentran. La riqueza sin duda debe repartirse, pero una parte de ésta debería servir para mejorar las condiciones de quienes la generan.

Hace unos años, un alcalde, creo que Jaime Castro, proponía que los particulares arreglaran los andenes y las calles ubicadas frente a sus negocios o viviendas, pudiendo luego cruzar cuentas y rebajando los impuestos.

Con este sistema se evitaría el largo proceso burocrático que entre intermediación y corrupción lleva a que los dineros se embolaten, a que entre contratistas, licitaciones, demoras y errores en las obras, lleven a que los arreglos no se hagan de la manera debida y en los tiempos estimados.

Un pequeño ejemplo como el de la calle 71 es una señal de los que ocurre en grandes negocios. La ruta del sol y las autopistas de 4G manejan presupuestos muchos mayores, pero guardadas proporciones esto se refleja en las megaobras.

La labor de repartir los impuestos, de permitir que esos dineros mejoren la situación de los más pobres y necesitados, tiene que estar en manos de los gobernantes. Sin embargo la riqueza debe promover también la mejora de las condiciones de vida de quienes aportan directamente esos impuestos.

Una ciudad como Bogotá, que maneja una altísima cuota de los impuestos nacionales, tanto de Iva, retefuente y prediales, entre otros, haría pensar que haya mucha mayor inversión en obras públicas, educación y salud.

De manera algo tímida, Peñalosa está empezando a arreglar las calles de zonas de los estratos más altos. El Nogal y la Cabrera están viendo transformar sus vías. De manera profunda, las estructuras están siendo transformadas desde su parte interna. Algunas de esas vías considero que no requerían tanto arreglo pero, sin duda, el boom y la demostración pública hace que las obras tengan un efecto social, el de hacer sentir a sus electores que sí ha habido presencia del alcalde.

Todo ello tal vez como una respuesta a quienes piensan que nuestro actual alcalde solo está interesado en adelantar proyectos de gran envergadura como Fontanar del Río en Suba, en las inmediaciones de la reserva de van der Hammen.

Los impuestos son la medida de la riqueza de un pueblo. Son los pesos de la balanza que permiten equilibrar las desigualdades de un pueblo. Para la mirada de los habitantes de nuestro país, son focos de corrupción, son recursos que caen en manos de los políticos y se convierten en la caja menor de los gobernantes.

No resulta fácil lograr el control de esos dineros. Ni siquiera en una supuesta democracia participativa; en un sistema que cuenta con toda una serie de controles, de todas esas llamadas “ías”: fiscalía, contraloría, personería o procuraduría. Mientras los impuestos aumentan y los sistemas de control a la evasión se hacen más estrictos; la sociedad siente que los recursos no están bien administrados y no sabe a dónde van los impuestos.

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