Hasta allí llegan miles de turistas que quieren conocer estas palmas desnudas, de troncos blanquecinos a causa de la cera que producen, desprovistas de ramas laterales y que terminan en penachos de hojas, describe el periodista Juan Uribe en su blog especializado en viajes Juanuribeviajes.com.

También cuenta que, precisamente, por el afán por obtener esa cera, el árbol nacional es ahora una especie en vía de extinción. Miles de ellos fueron talados para fabricar velas durante el siglo XIX.

Pero eso no es todo. Uribe recoge el testimonio del guía de turismo Marino Toro Ospina, que cuenta que con el polvillo que genera el tronco de la palma de cera, mezclado con caolín, salía una emulsión que servía para impermeabilizar casas y barcos. “Con él también se hacían cosméticos, cremas y bases para la piel. Incluso, las alas de los primeros aviones, que eran de tela, se impermeabilizaban con esto”, agrega.

Y su percepción del lugar resulta sobre cogedora: “El panorama que se aprecia hoy, lleno de campos despejados que se prestan para tumbarse a ver las montañas, no es el mismo que encontró el científico alemán Alexander Von Humboldt en 1801, cuando quedó maravillado por la esbeltez de las palmas de cera que se empinaban por encima de la selva tupida.

“En la casi desaparición de los bosques de la región, y con ellos de las palmas de cera, tuvo mucho que ver la colonización de los arrieros, que con el fin de conquistar nuevas tierras en las que pudieran establecer casas y cultivos tenían que abrirse paso entre el monte a punta de machete. En nombre del progreso se desmontaron hectáreas enteras”.

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