Pero eso no es todo. Este columnista también califica en su escrito a la sociedad antioqueña de “berraca”, pero “en el sentido de no andarse con escrúpulos y seguir solo una ética de los resultados, y tranquila en que su iglesia le seguirá legitimando privilegios y gestionando los perdones y los salvoconductos al cielo”.

En resumen, para él, Antioquia “consiguió construir una ciudad innovadora, pero no un ciudadano innovador, ético, plural, comprensivo, pacifista”. La despachada de Ocampo Madrid tiene su origen en al menos tres hechos recientes que critica con dureza:

  • La fallida intención de la Asamblea de ese departamento de reconocer como hijo al exprocurador Alejandro Ordóñez, lo que, según él, “además de dejar un tufillo muy maluco demostró que algo se terminó de corromper en el alma antioqueña”.
  • El hecho de que un personaje como John Jairo Velásquez, alias ‘Popeye’, “un hombre que tiene 300 muertos directos en su consciencia y otros tres mil indirectos”, ande “libre y escasamente arrepentido por las calles” y sea hoy “todo un líder de opinión” que “invita a marchar contra Santos y la corrupción”.
  • Que Antioquia decidiera, “como ningún otro lugar, la suerte del plebiscito por la paz, cuando casi dos terceras partes de los suyos apostaron a hundirla. Unos, porque así lo ordenaba Álvaro Uribe; otros por un desprecio medular al Presidente bogotano; la mayoría por un odio incontenible hacia las Farc; muchos porque la iglesia local estaba más en contra que a favor”.

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Por esas razones hace una pregunta crítica: “¿Cómo entender ese espíritu antioqueño que busca con afán ser reconocido como el más innovador en el siglo XXI y al mismo tiempo se reafirma en su actitud reaccionaria y en preservar las más fatídicas tradiciones del siglo XIX: una sociedad tutelada por los curas, una paz ganada a punta de guerra, unos terratenientes en resistencia a soltar lo conseguido en esa guerra, un caudillo salvador por encima de las leyes, y un conservadurismo estructural que no deja espacio a lo diverso?”.

Y, claro, ofrece una respuesta: “La incongruencia moral es un triste patrimonio de la especie, pero en el caso de los paisas adquiere unas dimensiones más fáciles de rastrear y cuestionar por esa adhesión en lo público y en lo privado al sagrado corazón, a la moral católica más convencional”.

Para Ocampo Madrid, quien refleja “como nadie” a esa sociedad antioqueña enferma es el expresidente Álvaro Uribe.

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