La terminal de transporte de la capital del Putumayo fue una de las centenares de construcciones destruidas por la fuerza de las riadas el pasado viernes a medianoche, y el paradero improvisado desde donde salen ahora pequeños buses y camionetas es un hervidero de personas.

Se apresuran a salir de una ciudad cuya reconstrucción puede tomar hasta dos años, en la que el barro se seca en las calles y genera polvaredas. El panorama sobrecoge.

“Me voy por evitar alguna enfermedad para el niño. Hay mucho polvo y la calidad de la poca agua que hay es mala y le ha afectado el estómago”, explica Claudia Navarro, que con su esposo y su hijo son los últimos de una familia de 16 personas en abandonar Mocoa.

Su hijo, Matías, de tres años, patea piedras en la calle mientras esperan por el transporte, y ella, que lleva en su mano un pequeño morral de Spiderman con juguetes, está atenta a que el pequeño no deje caer su tapabocas.

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“Vamos a la casa de una familiar, la única que tenemos fuera de Mocoa. Ya otros 13 de la familia han viajado, nosotros somos los últimos”, comenta antes de abordar una camioneta hacia el Alto Putumayo, en la parte noroccidental del departamento.

Junto a una gran maleta negra y dos bolsos, Navarro cree que “está latente el peligro; no hay cómo asear la casa, así que esperaremos unos 15 días allá a que pase la situación para volver a nuestra casita, que gracias a Dios quedó bien”.

Las familias con niños son las principales protagonistas del éxodo: Claudio Pozos, de 64 años, cría junto a su esposa, en su casa del barrio San Agustín, a dos nietos de 10 y 14 años.

La mitad de ese sector quedó totalmente arrasado por la avalancha y, aunque el lodo no llegó a su casa, este abuelo ha buscado la forma de sacar a sus dos nietos hacia otras ciudades.

“El papá del niño pequeño ya se lo llevó para Cali (oeste), porque quedó con un trauma tremendo. Tenía listo el maletín y no más se ponía oscuro el cielo o caían unas gotas nos decía: ‘Vámonos, vámonos’. Al otro se lo llevan el sábado a Pasto, como no hay agua, ni luz, ni clases, qué van a hacer aquí”, dice Pozos, quien se queda para cuidar que no le roben sus pertenencias.

Sin fecha de regreso

De vuelta al terminal improvisado en el centro de la ciudad, Ramiro Villegas, de 32 años y quien ubica a los pasajeros en los buses que están a punto de salir, asegura: “La mayoría se está yendo de aquí. Para todo lado coge la gente: Villagarzón, Puerto Asís, Pasto (Nariño)”, explica.

Mientras los conductores cargan cuatro enormes bolsas con sus pertenencias en una de las camionetas, Carolina Ruales, de 36 años, dice que se va porque se quedó “sin trabajo y por miedo a las epidemias”, pese a la campaña de vacunación emprendida por el gobierno en la zona.

Es madre soltera y tiene dos hijas, de 12 y 16 años, y explica que se dedica a la venta puerta a puerta de productos innovadores para cocina. “¿Quién va a pensar en eso ahora, si todos están buscando volver a tener un techo y comida?”, dice Ruales, que parte hacia Pasto sin fecha de regreso.

La ONG internacional Acción contra el Hambre, cuyas camionetas ruedan estos días con ayuda humanitaria por Mocoa, señaló en un comunicado el miércoles que más de 34.000 personas “siguen sin acceso a la electricidad y al agua segura”, en esta ciudad de unos 70.000 habitantes.

“Las necesidades prioritarias de la población siguen siendo el acceso al agua potable y a los alimentos básicos”, agregó la ONG.

El gobierno instaló plantas que permitieron restituir la electricidad hace un par de días al 20% de la ciudad, pero ni siquiera en esas zonas el servicio es constante y aunque se ven camiones repartiendo agua sin parar por los barrios, tampoco parecen suficientes.