“El primero afecta los pulmones y, cuando se derrite por el fuego, quema los labios. El segundo mata neuronas”, destaca El Espectador en un informe en el que además detalla, basado en datos del Distrito,  que en Bogotá existen unos 25.000 consumidores de bazuco.

La propuesta de la ONG Parces, que cuenta con el respaldo de Open Society Foundation, de Estados Unidos, es proporcionar información a los adictos  y a las entidades públicas para “conocer los perjuicios de la sustancia y de la pipa tradicional”, subrayó el periódico.

“Cualquier producto que usted compra tiene una etiqueta con contraindicaciones. Esto no existe con las drogas porque el adicto ha sido criminalizado históricamente”, afirmó Alejandro Lanz, director de Parces, a El Espectador.

No obstante, esta iniciativa ya tiene contradictores. Yahira Guzmán, jefa del área de salud mental en la Universidad de la Sabana, sostuvo que el proyecto facilita el consumo y no evita que los adictos sufran los efectos irreparables que el bazuco ocasiona en sus cerebros.

Entre tanto, Diana Pava, experta en toxicología de la Policía Nacional, dijo que las pipas de vidrio o de caucho podrían disminuir “el riesgo de infecciones pulmonares y el deterioro cardiaco”, pero no hay suficiente evidencia documentada de que esta solución produzca los efectos esperados.

Parces trabaja para sensibilizar a los sectores sociales sobre las realidades y problemáticas que viven las comunidades excluidas, estigmatizadas u olvidadas y empoderarlas sobre la base de sus derechos, explica en su sitio web.

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