De aborto, la también cantante, presentadora y columnista había hecho referencia en un texto suyo en El Tiempo, en septiembre de 2015, en el que criticaba que si bien el tema es polémico por involucrar la vida como derecho y violarlo es un delito, “lo más grave es que es pecado”, y que ese pecado sea “exclusivo de la mujer”.

Lamenta en esa columna que, en el caso de las mujeres, la ley divina sea “inflexible”: “En la mujer recae el castigo por tener los ovarios para enfrentarse a sí misma en el momento más visceral que pueda existir, al decidir interrumpir el desarrollo de una semilla de vida (cosa bien distinta del acto de asesinar), aun en el caso de haber sido engendrada sin su voluntad. A las mujeres, de verdad, nos ha ido mal en la distribución de los pecados”.

“El hombre se libró de unos cuantos [pecados], y también de este, el del aborto, que es un lastre más de lo misógina que ha sido la historia con la figura de la mujer”, escribió De Francisco entonces. “Abortar es una experiencia perturbadora y peligrosa en ocasiones, no es un anticonceptivo y ojalá pudiera evitarse, pero sí es una opción que, debidamente considerada en sus circunstancias, podría regularse con sensatez y sin fanatismos, pero sobre todo respetarse, en nombre de nuestra íntima y subvalorada libertad”.

Incluso, en su cuenta de Twitter había escrito un trino, en noviembre pasado, en el que señalaba críticamente la relación iglesia-aborto-pecado:

En su columna de este jueves en el diario capitalino (que comienza con una suerte de acertijo: la palabra ‘uno’, que podría dar a entender que este el primero de varios casos), De Francisco revela que de su embarazo solo supo en principio ella sola, porque no se lo dijo al padre de la criatura, “un muchacho” con el que creyó que se “casaría y moriría de vieja”, y del que dijo haber estado “enamorada hasta los huesos”.

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Con todo, pese a su estado de gravidez y su enamoramiento, seguía segura de que nunca sería mamá. “Me le medí sin dilemas y sin consultarle, a sabiendas de que ese silencio sería un hecho aún más violento. Quería correr con la total responsabilidad de mi decisión y lo hice así, impulsada por mi rebeldía y mi ambición de ser yo misma, dispuesta a pagar el precio emocional que la vida me cobrara por mi libertad”, escribe.

También cuenta que después de confirmar su embarazo, fue a una “clínica de mujeres” en donde, si bien no era un sitio “clandestino”, “no controvertían ese servicio en particular”. Y cuando le preguntaron por los motivos de su decisión, simplemente respondió con su verdad: “Porque no quiero tener hijos”. ¿Cuándo fue? La única pista que da es que ocurrió cuando era “demasiado joven”.

Sobre el procedimiento en sí y las consecuencias en su persona, lo que cuenta De Francisco es poco, preciso, pero suficiente para provocar escalofríos: “Fue rápido y grotesco. Un tubo de aspiradora me hurgaba el estómago como un roedor, algo de no repetir. Al siguiente día tuve que juntar trozos de alma para armar una cara decente y sacarla a la calle, mientras mis entrañas y mi corazón sangraban, porque abortar, aunque yo lo considere defendible, es […] un acto violento, como también lo es dar a luz”.

Para ella, “lo brutal no está en la asociación absurda con un asesinato, sino en la embestida frontal del prontuario triste de pecadoras y culpables que nos ha humillado durante siglos. ¡Ser mujer siempre ha dolido! Pariendo, abortando o negándonos a concebir, no tenemos salida”.