“Me fui para la guerrilla porque estaba harto de casa”, cuenta a la AFP un adolescente de la región del Cauca que se unió a las Farc cuando tenía 15 años.

No le costó nada contactar a los guerrilleros en la pequeña población de Tacueyó. “Viviendo aquí se sabe quién es guerrillero”, afirma. “A los cinco días ya me enseñaron a desarmar el fusil. Al mes me entregaron uno”, continúa este joven nasa, que por seguridad dice llamarse simplemente Alejandro.

Con una sonrisa tímida, describe el día a día del campamento de las Farc, escondido en la cordillera andina, a cuatro horas a pie de Tacueyó: levantarse al alba, limpiar las armas, cocinar y montar guardia, también de noche. Esa vida duró cinco meses hasta que se escapó caminando. “No me buscaron”, dice todavía sorprendido.

Hoy Alejandro tiene 18 años y retomó los estudios. Debe su reincorporación a la sociedad a un método inédito de los nasa, una de las principales comunidades indígenas del país, con unos 130.000 integrantes.

El programa ‘Regreso a casa’ nació dos años después de la toma por las Farc del municipio de Toribío, cercano a Tacueyó, en 2005.

“¡Los guerrilleros usaban niños!”, exclama Mauricio Capaz, portavoz de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN).

El proceso, que dura entre 18 meses y dos años, engloba aspectos jurídicos, sociales y psicológicos y se basa en la cosmovisión nasa, su forma de ver la vida y el universo.

Sanación espiritual

Dos indígenas -uno encargado de los asuntos administrativos y el otro, médico tradicional, o ‘kiwe thê’ en lengua nasa- trabajan con un psicólogo y una asistente social, remunerados por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF).

“No ha sido fácil hacer entender a las autoridades el aspecto cultural de este proceso, que el médico tradicional es la persona más adecuada para reconectar a los chicos con su entorno”, precisa el psicólogo Carlos Andrés Quintero.

Mientras la tarde cae sobre el resguardo indígena de Toez, uno de los 16 territorios nasa del Cauca, el ‘kiwe thê’ Aureliano Lectamo explica que el ser nasa está vinculado con dos espacios: el espiritual y el de la madre tierra.

“Cuando una persona va para un grupo armado, le genera un shock espiritual”, señala. “Hay que hacerle una sanación espiritual (…) Los chicos tienen que volver a un espacio donde reconectarse con la madre tierra, el sol y el agua”.

Sobre el ritual individual, Alejandro solo cuenta que se fue con el ‘kiwe thê’ cerca de una laguna y mascó hoja de coca, la planta sagrada de los indígenas de los Andes. “A veces hay que limpiar la casa de las energías negativas”, agrega Lectamo.

Se celebran también cinco rituales colectivos: fuego en el equinoccio de marzo; sol; viento; saakhelo o árbol sagrado en agosto; y muertos en noviembre, con tambores, flautas y danzas del cóndor y del colibrí, entre otras.

Los nasa tuvieron que abandonar en 2011 un programa similar al de los jóvenes, pero para adultos. “La guerrilla lo veía como una actividad contrainsurgente”, deplora Capaz.

150 jóvenes

Las Farc, en la recta final de negociaciones de paz con el gobierno, se comprometieron en 2015 a no reclutar más menores de edad.

Sin embargo, todavía hay “al menos 300” en sus filas, dice el vocero de la ACIN, que teme que una vez se firme el acuerdo final con la guerrilla “muchos van a ser ocultados, sacados por la puerta de atrás”.

Según cifras oficiales, entre 1984 y 2015 unas 4.737 personas se han declarado víctimas de reclutamiento infantil por parte de grupos insurgentes y paramilitares.

Jefferson, de 17 años, que también prefiere no dar su nombre real, casi ha terminado el programa de reinserción nasa, en el que participan actualmente 150 jóvenes.

Orgulloso de estrenarse en la guardia indígena, milicia sin armas de los territorios nasa, y de cultivar sus matas de café cerca de la cabaña de su familia, le cuesta hablar de los tres meses que pasó con las FARC. “Fue una experiencia, pero no me gustó”.

Sus padres y líderes comunitarios indígenas lo reclamaron a la guerrilla. “Yo lo creí muerto”, cuenta su madre, de 41 años, feliz de verlo ahora “cambiado, menos agresivo”.

Por Florence Panoussian – AFP

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