Eso, claro está, no lo tuvieron en cuenta los redactores del ‘Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera’, firmado entre el Gobierno y las Farc, también criticado por el excesivo uso de siglas y tecnicismos que espantan a muchos ciudadanos del común.

Los autores, en su comprensible afán de que no quedara por fuera de ese acuerdo “ninguno” ni “ninguna”, lo dejaron adobado con, mal contadas, 18 expresiones “delegados y delegadas”, 18 expresiones “colombianos y colombianas” (o la forma “los colombianos y las colombianas”), 30 expresiones “ciudadanos y ciudadanas” (o la forma “los ciudadanos y las ciudadanas”) y 35 expresiones “niños y niñas” (o la forma “los niños y las niñas”).

Lo que no alcanzaron a vislumbrar es que al grueso de la población, a ese que pretendían llegar, sobre todo si se tiene en cuenta que es el segmento que deberá refrendar lo acordado en el plebiscito, se lo cautiva con sencillez y más economía en las palabras.

Ese tono ‘incluyente’ (o, técnicamente, de desdoblamiento léxico) revive el debate sobre las dificultades que conlleva para la trasmisión efectiva de los mensajes, que no es de poca monta. A ese tema ya se han referido los académicos en distintas oportunidades, algunos de cuyos conceptos cobran vigencia en la Colombia de hoy, enfrentada a una decisión histórica que debe tomar con base en un texto que es un ladrillo.

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Ese verdadero bloque (que puede llegar a ser de constitucionalidad) hace pensar de nuevo en, por ejemplo, dos textos ya célebres, escritos en 2012 por Ignacio Bosque, catedrático de Lengua Española de la Universidad Complutense de Madrid y ponente de la ‘Nueva gramática de la lengua española’, y Pedro Álvarez de Miranda, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia Española.

Álvarez de Miranda escribió en El País, de España, el artículo titulado ‘El género no marcado’, en el que explica que, en español, el masculino “es el género por defecto”, es decir que, frente al femenino, el masculino es el género no marcado. “Si una persona tiene tres hijos y dos hijas, dirá, interrogado acerca de su prole, que tiene cinco hijos. No dirá que tiene cinco hijos o hijas, ni cinco hijos e hijas, ni cinco hijos / hijas”.

“¿Y por qué es el masculino, en vez del femenino, el género no marcado?”, pregunta Álvarez de Miranda, y explica que para responder eso “habríamos de remontarnos, en el plano lingüístico, hasta el indoeuropeo, y en el plano antropológico hasta muy arduas consideraciones […] acerca del predominio de los modelos patriarcales o masculinistas. Efectivamente, es más que posible que la condición de género no marcado que tiene el masculino sea trasunto de la prevalencia ancestral de patrones masculinistas”.

“Llámeselos, si se quiere, machistas, y háblese cuanto se quiera de sexismo lingüístico”, agrega, y advierte que “intentar revertirlo o anularlo es darse de cabezadas contra una pared, porque la cosa, en verdad, no tiene remedio”.

Cita, además, a Rosa Montero, que escribió: “Es verdad que el lenguaje es sexista, porque la sociedad también lo es”.

Y retoma Álvarez de Miranda:

Lo que resulta ingenuo, además de inútil, es pretender cambiar el lenguaje para ver si así cambia la sociedad. Lo que habrá que cambiar, naturalmente, es la sociedad. Al cambiarla, determinados aspectos del lenguaje también cambiarán (en ese orden); pero, desengañémonos, otros que afectan a la constitución interna del sistema, a su núcleo duro, no cambiarán, porque no pueden hacerlo sin que el sistema deje de funcionar”.

Bosque escribió, por su parte, ‘Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer’, un informe a propósito de varias guías que proliferaron sobre lenguaje no sexista en el que llama la atención sobre quienes creen que “los significados de las palabras se deciden en asambleas de notables, y que se negocian y se promulgan como las leyes”, subraya, y agrega:

Parecen pensar que el sistema lingüístico es una especie de código civil o de la circulación: cada norma tiene su fecha; cada ley se revisa, se negocia o se enmienda en determinada ocasión, sea la elección del indicativo o del subjuntivo, la posición del adjetivo, la concordancia de tiempos o la acepción cuarta de este verbo o aquel sustantivo”.

Para Bosque, si bien la lengua refleja, especialmente en su léxico, distinciones de naturaleza social, “es muy discutible que la evolución de su estructura morfológica y sintáctica dependa de la decisión consciente de los hablantes o que se pueda controlar con normas de política lingüística”.

Considera que la verdadera lucha por la igualdad consiste en tratar de que esta se extienda por completo en las prácticas sociales y en la mentalidad de los ciudadanos.

“No creemos que tenga sentido forzar las estructuras lingüísticas para que constituyan un espejo de la realidad, impulsar políticas normativas que separen el lenguaje oficial del real, ahondar en las etimologías para descartar el uso actual de expresiones ya fosilizadas o pensar que las convenciones gramaticales nos impiden expresar en libertad nuestros pensamientos o interpretar los de los demás”, agrega.

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