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Si bien reconoce que oír el himno “emociona”, “convoca”, “mueve”, “alegra”, “pone la piel de gallina” y hasta “hace asomar un par de lágrimas”, Quiroz sostiene en su columna que ya es tiempo de que nos digamos “la verdad de una vez por todas” sobre ese tema.

A riesgo de que lo tilden de “antipatriota”, asegura que la letra que Rafael Núñez les dejó a los colombianos fue originalmente compuesta para Cartagena de Indias, donde nació el varias veces presidente de la República, pero “no da cuenta de sus virtudes”.

En efecto, en una columna de hace varios años, Mauricio García Villegas escribió en El Espectador que el problema con los himnos es que “han perdido esa conexión básica que tuvieron algún día con la realidad. Por eso parecen absurdos o ridículos, o ambas cosas”.

Explica García Villegas que la mayoría de los himnos nacionales fueron escritos a principios del siglo XIX “cuando el destino de las naciones se libraba en los campos de batalla”. A ese hecho atribuye que casi todos esos cantos sean marchas militares y poemas líricos “de dudosa textura literaria”.

“La gran mayoría tienen una letra de espanto; empezando por la misma Marsellesa [de Francia], que habla de ‘regar la tierra con la sangre impura’ de los enemigos. Muchos otros poetas patrios copiaron esta idea francesa de hacer correr la sangre del enemigo: el himno colombiano cuenta que en el Orinoco se ven pasar ríos de sangre y llanto; el himno mexicano hace un llamado a empapar los pendones patrios en la sangre del invasor”, agrega García Villegas.

Los argumentos que esgrime hoy Quiroz, y los de hace un tiempo de García Villegas, cobran vigencia a pocos días de que en Colombia se celebre el 20 de Julio, fecha en la que el himno adquiere todo su sentido, aunque en el país se oye todos los días a las 6:00 de la mañana y a las 6:00 de la tarde por los medios de comunicación, y, especialmente, retumba cuando juega la Selección.

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