La historia la cuenta Salud Hernández en su columna de El Tiempo, como un ejemplo del “desprecio a la vida y a la memoria de la víctimas”.

“Un día, gentes del pueblo subieron a recoger los cuerpos de sus hijos asesinados, pero solo bajaron un esqueleto y cinco cadáveres; otros quedaron entre la maleza o enterrados de cualquier manera, no pudieron cargarlos porque estaban descompuestos y el camino era largo y pesado. Alguien advirtió el esqueleto perfecto y pensó que podrían aprovecharlo en la clase de anatomía del colegio”, dice Hernández en El Tiempo, reconstruyendo el relato que le hizo una campesina.

Según Hernández, el esqueleto corresponde María N.L., a una niña bogotana de 16 años, a la que su profesor de educación física en el Colegio Simón Bolívar en el barrio Normandía, la convenció de ingresar a la ‘Columna Unitaria M-19 Ricardo Franco’ con la promesa de que haría la revolución y ganaría un salario para mantener a su familia.

“Los suyos conocerían más tarde que más que la revolución, lo que le atrajo fue la oferta de 500.000 pesos de paga, una cantidad que mejoraría la precaria situación económica de la familia. Y ni siquiera era cierto. Los que ingresaban no cobraban un peso ni podían abandonar si llegaban a arrepentirse”, dijo Hernández en El Mundo de España.

El ‘Ricardo Franco’, un ala disidente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), es tristemente célebre porque sus líderes, Hernando Pizarro Leongómez y José Fedor Rey, ejecutaron a 164 miembros del grupo por acusaciones de ser infiltrados o informantes del Ejército. María fue una de esas víctimas.

“No es lógico mantener el esqueleto solo porque nunca se rompe, a diferencia del que compraron de plástico, arrumado entre papeles viejos. Deberían descolgarlo y depositarlo en Medicina Legal por respeto a la fallecida. Identificarlo sería pedir demasiado”, dice Hernández.

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