Es antipático e inmoral que El Tiempo filtre en sus páginas de información sus preferencias por Néstor Humberto Martínez

Y que lo haga “como si fueran una noticia neutra” y sin advertírselo a sus lectores, critica Cecilia Orozco Tascón en su columna de El Espectador, a propósito de un artículo publicado en El Tiempo bajo el título ‘Exfiscal, fiscal y ternado’, un texto, según ella, “farandulero”, que es “de antología porque no alcanza a ocultar el veneno de su intención”. También señala que el propósito de las directivas de El Tiempo queda en evidenciada porque mientras en el texto se dice que, durante una invitación del embajador de Estados Unidos en Colombia, Kevin Whitaker, “el exfiscal Eduardo Montealegre, su pupilo, el fiscal (e) Jorge Fernando Perdomo y el aspirante a ese cargo, Yesid Reyes, no hicieron tregua en su larga tertulia”, la foto que acompaña el escrito muestra a los tres aludidos “a una distancia poco familiar”, cada uno de ellos “miraba y sonreía hacia diferentes focos”. Para Orozco Tascón, “no hay que ser un genio para entender que quien ordenó la publicación pretendía influir en el ánimo de los magistrados de la Corte Suprema”.

Más temprano que tarde, guerrilleros de Farc terminarán en el parlamento, en asambleas, concejos, alcaldías y gobernaciones

“Ese puede ser el señor ‘don Sapo’ que tendremos que tragarnos si en verdad pensamos en la solución política de un conflicto armado”, advierte Alfonso Gómez Méndez en su columna de El Tiempo. Y aclara que nadie se desarma si no es para hacer política. “Con los necesarios ajustes jurídicos, no me parece grave que ello ocurra”, agrega, y pregunta: “¿No estaremos sobredimensionando lo que sería una presencia guerrillera en las corporaciones públicas? ¿O de pronto menospreciando la capacidad pedagógica en el Congreso de Roy Barreras, Armando Benedetti y Bernardo Elías?”.

¿Cuántos inocentes irán a la cárcel debido a las mentiras que dirán los miembros desmovilizados de las Farc?

La pregunta la plantea María Clara Ospina en su columna de El Nuevo Siglo, al recordar la “debacle” de los falsos testigos que comenzó con la desmovilización de los paramilitares para los que se montó la Ley de Justicia y Paz. En esa jurisdicción, recuerda la columnista, si confesaban sus crímenes y delataban a otros podían obtener considerables rebajas de penas y beneficios carcelarios. Según ella, no son pocos los criminales, a los que poco o nada les importa mentir, y que “acogiéndose a este principio de oportunidad inventaron las mentiras que los fiscales querían oír, por muchas razones, algunas políticas y otras personales”. Y añade: “De esta manera, los criminales obtuvieron múltiples beneficios y, en algunos casos han podido ejercer una inicua venganza contra aquellos que fueron sus perseguidores”. En el caso de los desmovilizados de las Farc, sus testimonios se darían en momentos en que “el cartel de falsos testigos ha crecido de una manera descomunal”, porque hay “involucrados fiscales, funcionarios y abogados que hacen de estos testigos un arma perfecta para lograr sus objetivos”.

Casi todas las ideas renovadoras de la Constitución de 1991 se quedaron a medio camino

No fueron desarrolladas como corresponde o ni siquiera fueron abordadas, lamenta El País, de Cali, en su editorial. Entre las primeras pone de ejemplo la idea de la reforma política que garantice la transparencia y la representatividad de las elecciones, y el mal funcionamiento de la justicia y la imposibilidad de reformar los organismos que la dirigen y la gobiernan a pesar de ser esa falencia el motivo que originó la convocatoria a la Constituyente. Entre las segundas, se refiere a “la indiferencia con respecto a la descentralización, con algo mucho más profundo que la elección popular de alcaldes y gobernadores”. Para el medio caleño, esa omisión sigue siendo factor crítico en las desigualdades que viven las provincias y en la inequidad. “Por lo demás, lo que ha causado es la concentración en muchas ocasiones arrogante del poder en cabeza de un centralismo afectado por la macrocefalia y por su distancia creciente de la región colombiana”.

Los suramericanos, en un número que puede llegar a los 250 millones de personas, quieren que el circo de gobernantes se renueve

Esperan pronto un cambio de estilo y personas, asegura Álvaro de la Espriella en su columna de El Heraldo, y recuerda que bajo figuras propias o ajenas como liberalismo de izquierda, conservatismo de extrema derecha, comunismo, socialismo, nuevo socialismo siglo 21, a las que califica de “disfraces”, todos los modelos de izquierda en el presente han venido fracasando. “Basta pasar la mirada por Argentina, Chile, Paraguay, Ecuador, Brasil, Bolivia o el aberrante caso de Venezuela, para percibir que estos modelos llamados de izquierda vienen fracasando poco a poco. Se consolida más el fracaso en Nicaragua, donde la gente es hoy por hoy, literalmente, oprimida por el poder dictatorial del sargenton Ortega”. Exceptúa, por ahora, a Uruguay, “pero todavía la historia no ha dado su veredicto”.

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