“Las universidades, por ejemplo, están llenas de personas con posgrados que no son ni buenos investigadores ni buenos profesores y también de cientos de publicaciones indexadas sin interés ni repercusión, que responden sólo a la presión de las instituciones, que padecen de esa fiebre hace ya muchos años. Y me imagino que con los profesionales de la empresa y la industria debe suceder algo similar. Y no siempre por mediocridad de los estudiantes, sino porque, desafortunadamente, también hay maestrías y hasta doctorados que no hacen mayores exigencias, y que son sólo la prolongación oportunista y poco rigurosa de un pregrado”, dice en El Espectador.

Para Bonnet, en ciertas disciplinas la experiencia debería suplir los títulos.

Y el caso de Peñalosa podría ser el mejor ejemplo. Ella avala lo que ha dicho el Alcalde para defenderse: que su conocimiento, experiencia y múltiples invitaciones que le han hecho las universidades más prestigiosas del planeta son equivalentes a cualquier postgrado.

Otra manera de expresarlo (no la de Bonnett): lo que Peñalosa ha hecho se ha convertido en objeto de estudio de académicos, y eso es mucho más de lo que pueden decir muchos que ostentan maestrías y doctorados.

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A finales de abril, otro columnista de El Espectador, Rodrigo Uprimny, también guardó distancia con lo que pueden aportar los doctorados a ciertos funcionarios públicos.

“Un doctorado es una formación para la investigación pero no para la acción ni para tomar rápidamente decisiones razonables e informadas en contextos de incertidumbre, que es lo que uno espera de los buenos políticos… Un doctorante (que aspira a doctorado) enfrenta un problema que nadie ha resuelto y lo estudia durante años, con distintos métodos científicos y luego de revisar toda la bibliografía relevante, a fin de lograr una respuesta rigurosa y novedosa. La experiencia de la tesis le enseña a ser un buen investigador pues frente a nuevos problemas repetirá la misma medicina: investigaciones lentas y rigurosas, que contribuyan a nuevos conocimientos”, dice.

Uprimny sí establece un matiz entre doctorados y maestrías, asegurando que estas últimas sirven más para adquirir y perfeccionar habilidades y competencias profesionales.

En esta discusión sobre títulos, llama la atención que, curiosamente, gran parte de los hombres más innovadores de nuestro tiempo, ni siquiera han terminado su formación de pregrado. Para no ir muy lejos Mark Zuckerberg, creador de Facebook, y Bill Gates, fundador de Microsoft, se retiraron de Harvard. ¿Y qué decir de Steve Jobs? Tampoco terminó el pregrado. Y la lista es muchísimo más larga. ¿Alguien con un título de doctorado o maestría podría poner en duda sus aportes y su innovación? Seguro, cualquier ‘doctorado’ usará Facebook, un PC con Windows o un iPhone para controvertirnos.

Y no se trata de menospreciar la formación académica, pero sí, volviendo al argumento inicial de Bonnett, un título no es garantía de nada.

Otra cosa es la discusión de la honestidad, donde Bonnet plantea que Peñalosa sí ha generado dudas.

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