Así lo plantea el columnista de El Espectador Yohir Akerman, tomando como punto de apoyo otro de los más largos conflictos del planeta, entre Palestina e Israel, y el efecto que causó en los diálogos de paz la masacre de 11 atletas de este último país en los Juegos Olímpicos de Múnich de 1974.

Los asesinos eran militantes radicales palestinos, enemigos de Yasir Arafat, presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que favorecía la solución negociada.

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Si la lógica del atentado terrorista funciona en la coyuntura colombiana, debería ser fácilmente atribuible a las Farc, lo que llevaría –usando palabras de Akerman sobre el caso palestino- a que la única respuesta aceptable fuera aplastarlos.

El jueves pasado el Gobierno y las Farc firmaron el acuerdo del fin del conflicto, que prevé la entrega de las armas y la desmovilización de los guerrilleros, para convertirse en movimiento político.

“Un ataque de los extremistas mostraría lo frágil que pueden ser estos históricos logros conseguidos hasta ahora y generaría un seguro rompimiento de la dejación de armas y la guerra como solución a este problema”, dice Akerman.

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