La nota del desesperado y abatido padre, que publica El Universal, comienza con el relato de un sueño en el que él la encuentra en la terminal de transporte de Sincelejo: “Te tenía una señora, y tú llevabas tu blusita azul, tu pantaloncito y una binchita. Me viste, corriste, me abrazaste, yo te cargué, hija mía, cruzamos la carretera, llegaron los periodistas, venía mucha gente. Y ahí, en ese momento, desperté, todo era un sueño”.

El doloroso testimonio de este hombre, un humilde vendedor de tintos en Mompox (Bolívar), se conoce en la misma época en que millones de padres e hijos comparten en familia, como debe ser, y ese contraste hace del suyo un caso aún más dramático, estremecedor.

La mamá de Karen Dayana, que está detenida junto con una tía de la menor, investigadas por su desaparición, dice que mandó a la niña ese día a hacer una recarga en las horas de la mañana. “Y de regreso, en una esquina donde la niña se quedó, y pues de ahí nadie dice nada. No hay alguien que diga algo concreto que haya visto a mi hija”, lamenta el hombre.

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Sobre este caso, El Meridiano recuerda que la madre de la menor, Sandra Muleth, permanece detenida en la cárcel de San Diego, en Cartagena, mientras que la tía, Glenis Arias, está detenida en su casa porque está embarazada. Pese a eso, y a las operaciones que anuncian la Policía, el Gaula y hasta la Interpol, y a que se mantiene la recompensa de 100 millones de pesos por información que conduzca al paradero de la niña, ella sigue desaparecida.

Esa es la única y dura realidad a la que se enfrenta Lambraño todos los días, aunque también tuvo otro sueño con su hija, pero, como es obvio, fue otra verdadera y dolorosa quimera.

Esta vez, vio a la niña en el columpio de un parquecito. “[…] Yo te mecía, me sentí feliz de verte, de tenerte conmigo, entre mis brazos, pero al despertar sentí un desespero grande. No estabas. Como te digo mi niña, son señales de Dios, Él es quien conoce nuestro corazón y sabe que uno puede ser lo que sea, pero lucha porque sus niños estén bien. Esos dos sueños han sido los momentos más felices en estos tres años de ausencia tuya”.

También le cuenta a su hija que la ha buscado en varios municipios de Córdoba, Sucre, Bolívar, La Guajira, Cesar, Magdalena, Atlántico y Antioquia. Vive “vendiendo tintos de pueblo en pueblo”, con su caja de 10 termos en la que lleva pegada la foto de la niña, esperando que alguien la reconozca.

“Llevo volantes explicando a la gente que no sé nada de ti desde aquel 23 de diciembre de 2014 […]. Me desperté con la mala noticia de que no estabas y tres días después, vendí mi cama, la estufa y todo lo que tenía, me fui para los lados de Magdalena, me dijeron que podías estar por allá”, escribe.

“He viajado por Planeta Rica, Tolú, Sahagún, Coveñas, Sampués, Corozal, Magangué, Cereté, San Marcos, San Pedro, Ayapel, Caucasia, Tarazá y muchos otros pueblos que ni te imaginas. Sigo tu pista, voy a todo aquel lugar donde me han dicho te han visto”, dice, y agrega que el 30 de noviembre incluso estuvo en Bogotá.

“Vendí dos de los termos de tinto y con 30 mil pesos viajé, primero llegué a Medellín, puse unos volantes y dormí dos días en el terminal de Transportes, luego me fui hasta Bogotá. Por allá llegué donde una señora que me ayudó, fui a Las Américas a RCN, a Blu Radio y a Q’hubo, publicaron la noticia. Paso luchando, queriendo encontrar una respuesta”, le cuenta.

Las versiones que ha recibido, incluso de autoridades, sobre el paradero de su hija, van desde que puede estar en Panamá, Venezuela o Ecuador, hasta que la compró “un ganadero de la depresión momposina por 12 millones de pesos”.

Además de semejante desorientación, tiene que enfrentar el hecho de que su familia está destruida: “Recuerdo mucho cuando te visitaba, en Mompox, siempre eras las más apegada a mi, una niña feliz. Tus hermanos menores ahora están en Barranquilla, en casa de una tía, ella los cuida, mientras yo te busco. Yo los amo a todos aunque no los tengo al lado”.

“Que Dios te bendiga y te cuide con su sangre. No aguanto que te me pierdas. Ojalá que quienes te tengan, si están viendo esto, se les ablande el corazón, porque no aguanto. El día no es tanto, si no la noche cuando llega y yo estoy pensando en ti”, escribe en los apartes finales de la carta. “Sigo andando de pueblo en pueblo. No me canso de buscarte, ni de caminarte. No me da pena, a veces he tenido que pedir comida y plata para seguir, pero lo importante eres tú, hija. Tengo fe y algún día te encontraré en el camino. Algún día de estos”.

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