La cruda revelación, ocurrida el mismo día del crimen, fue difundida por la periodista Darcy Quinn en Caracol Radio. Ella tuvo acceso a la declaración de Francisco Uribe Noguera a la fiscal que lleva el caso.

La versión periodística, recalca Darío Arizmendi, director de ‘6AM Hoy Por Hoy’, fue contrastada con la Fiscalía y con la familia. Ese medio insiste en que se trata de la versión de Francisco Uribe Noguera, que dice que a las dos de la tarde pasadas empezó para él y para su esposa la pesadilla.

“Ellos estaban en un bazar con sus hijas, en el Gimnasio Moderno, cuando llamaron a su esposa porque su automóvil está involucrado en el secuestro de una niña”, comienza a relatar Quinn.

“Él no cree. Piensa que es una trampa, que lo van a tratar de robar, y cuelga. Las autoridades insisten, y él finalmente acepta y les pone una cita en el CAI de la calle 72”, agrega la periodista. “Ahí llegan todos y tras verificar que efectivamente quienes lo habían llamado eran agentes del Gaula, les explica que el vehículo lo tiene un familiar”.

Francisco llama al teléfono de Rafael insistentemente, le escribe por el WhatsApp, pero su hermano no le contesta. “¿Dónde está? ¿Dónde está? Lo están buscando. ¿Qué está pasando?”, le escribió Francisco a Rafael, dice Quinn.

“Finalmente, deciden ir al apartamento donde vivía Rafael, en la calle 68 con carrera Primera”, en el nororiente de la capital. “Francisco se sube en el carro de los del Gaula porque él no tiene automóvil, se va con ellos. Allá llegan. No está Rafael. No está el carro. Hablan con el celador. Examinan cámaras. Ven que a las 8:00 a.m. alguien, que podría ser un proveedor de droga (por la pinta a juzgar), llega, se queda 20 minutos y sale. Luego, a las 9:00 a.m., sale Rafael en su carro, y lo hace, según el celador, de una manera dubitativa: va a un lado, va al otro, echa reversa, echa hacia un lado, echa hacia otro… Finalmente arranca”.

De acuerdo con el relato de Quinn, basado en lo que contó Francisco, se sabe que Rafael, durante la noche, estuvo en su casa y que llamó al Correo de la noche y pidió una botella y media de aguardiente.

“Mientras tanto, la esposa de Francisco, por petición de él, va al otro edificio donde vivía Rafael (el Equus 66, donde ocurrió el crimen) para ver si está el carro de Rafael. Pero no lo ve. Porque él normalmente parqueaba en el primer piso”, añade Quinn. “Ella le dice al celador que está buscando a Rafael Uribe Noguera, y él le dice con una actitud sospechosa: ‘¿De parte de quién?’, y empieza a mover los botones y a tratar de mirar en el citófono, y de repente le dice: ‘No, ahí no hay nadie’”.

“Entonces, ella le señala que su actitud es muy rara porque si no hay nadie, ¿para qué espicha los botones?, ¿para qué llama? La esposa de Francisco llama a Catalina y a Francisco y les dice que esa actitud del celador es muy rara, y pues que ella se va pero que le parece muy extraño”.

Francisco le contó a la fiscal, según Quinn, que su hermana Catalina fue al edificio. “Ahí es cuando la ve todo el mundo”, precisa Quinn. “Discute con el celador porque el celador no la quiere dejar entrar. Finalmente, ella logra entrar y tiene unas llaves, unas llaves que le entrega la mamá, pero que no abren (la puerta del apartamento). Ella insiste. Llama. Timbra. Siente olor a cigarrillo. Ella sabe que Rafael fuma, y que ahí hay alguien. En ese momento son casi las 4:00 de la tarde”.

“Entonces, [Catalina] llama a Francisco, que está a pocas cuadras con el Gaula. Él no se escapa”, continúa la periodista. “Él simplemente está hablando por teléfono y va caminando porque es que un edificio queda muy cerca del otro; él camina y está hablando con una y otra persona y se acerca a ver qué es lo que él puede ver. El celador a él sí le dice que, en efecto, Rafael sí está en el apartamento. Entonces, le pregunta dónde está el carro y el celador (el señor Merchán, que se suicidó) le dice que está en otro parqueadero en el sótano (…) porque Rafael le pidió dejarlo ahí”.

“Francisco baja. El carro está sin llave. Abre y ve el zapato de la niña. De inmediato, se alerta. Dice: ‘Aquí está pasando algo’, ‘Esta niña sí estuvo en este carro’. Sube inmediatamente al apartamento. Él también siente el olor al cigarrillo. Timbra en varias oportunidades, y no le abren”, añade Quinn. “Decide subir al último piso y tratar de entrar por la terraza. Es lo que se le ocurre en ese momento. Entra por una marquesina, hace una cantidad de piruetas corriendo riesgos con su vida porque podría caerse. Empieza a mirar por la marquesina hacia adentro, pero él no ve nada, no ve a nadie”.

La narración de la periodista precisa que “después de varias piruetas y de estar pasando de un lado a otro, de gritar, de llamar, de golpear, (Francisco) logra entrar por la terraza del último piso, que es donde está el jacuzzi. Él entra al jacuzzi, no ve nada. Todo está en orden. Todo está perfecto. Todo está limpio. (La Fiscalía ha corroborado que en efecto Francisco entró por esa terraza. Ha encontrado sus huellas)”.

Más adelante el hermano del confeso homicida bajó por una escalera. “Solo ve colillas de cigarrillos, y el aceite”, sigue Quinn, y agrega:

Pero para él, el aceite no es una cosa muy extraña, porque era un fetiche de Rafael. Toda la vida ellos pelearon por el aceite, porque se untaba, porque dejaba todo untado en el baño… con aceite de oliva, aceite de cocina, aceite Johnson (hay correos en los que varias exnovias de Rafael se quejan de que él usa aceite)”.

Cabe recordar que el cuerpo de la menor fue encontrado cubierto con aceite de cocina, lo que ha llevado a la Fiscalía a creer que con eso se había intentado manipular la escena del crimen.

Después de buscarlo y llamarlo, finalmente lo encuentra en un balcón, “en mal estado, incoherente”, cuenta la periodista. “Tiene los ojos rojos. Francisco comienza a preguntarle y a increparlo: ‘¡¿Usted dónde está?! ¡¿Por qué no responde?! ¡¿Qué pasó?! ¡¿Dónde está la niña?! ¡¿Dónde está la niña?! ¡¿Qué hace usted con una niña?!’. Rafael se contradice. Dice que la niña se bajó, que salió corriendo, que se cayó… pero en ningún momento le dice que la niña está muerta”.

En ese momento, Francisco llama a varios abogados para consultar qué hacer, y finalmente logra contactar a uno. “Le dice que ve mal a su hermano, que qué hace, que si lo puede llevar a una clínica, y el abogado le dice que sí, que debería llevarlo a alguna clínica y le da varios nombres”, dice Quinn.

Y, precisamente, eso es lo que hacen Francisco y Carolina. “Salen a las 5:30 de la tarde pasadas. Francisco dice que no pasó más de 50 minutos en ese apartamento, que no vio nada extraño. Era un apartamento vacío, solo las colillas y el aceite, pero nada extraño”, prosigue Quinn.

“Francisco le creyó a Rafael que la niña se había bajado, que se había escapado, y empieza a pensar: ‘Qué tal que le haya pasado algo a la niña, qué tal que se haya caído, que esté en una clínica, que haya tenido un accidente en medio del forcejeo’. Pero él no se imagina que su hermano mató a la niña”, precisa Quinn. “Cogen un taxi en la calle. Catalina se baja en el trayecto para irse a donde su familia. Cuando el vehículo iba por la calle 134, Rafael, en voz baja, se dirige a Francisco: ‘Le voy a decir la verdad: yo la maté’”.

“Francisco empieza a llorar. Le empieza a decir también en voz baja: ‘¡Usted qué hizo! ¡Por favor! ¡¿Qué pasó?! ¡Se tiró su vida! ¡¿Qué es esto que está pasando?! ¡Cómo mata usted a una niña! ¡Tiene la edad también de mi hija!’”, agrega Quinn. “Rafael le respondió: ‘Es que la niña empezó a gritar y yo la ahogué con la mano para que se callara. Fue un accidente’. Por supuesto, ellos se dan cuenta después de que esto es falso”.

Después, Rafael le cuenta a Francisco que el cuerpo está bajo el jacuzzi. “Francisco llama a su abogado, al que ha estado consultando, que es también un amigo, que le dice que hay que llamar a las autoridades. Llama al Gaula y les cuenta en la clínica Monserrate, donde estaban atendiendo a Rafael. Francisco va con los agentes al apartamento del edificio Equus. Miran en el jacuzzi, iluminan y encuentran el cuerpo de una niña, desnudo y sin signos de vida”, termina Quinn.

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