La remembranza la hace la revista Semana, que dice se trató de una construcción diseñada para Eduardo Shaio, su esposa, Iris Bigio de Shaio y sus hijos. Aunque el lote fue adquirido en 1953 la obra quedó terminada en 1957, e hizo parte de un grupo de 8 casas construidas por la firma Obregón y Valenzuela entre los años de 1950 y 1960 en este sector del norte de Bogotá.

El lujo, sin embargo, no se trataba de los excesos propios de un mafioso. Por el contrario, la ostentación se remitía a ser una casa dentro de un jardín, que según Semana fue diseñado por el japonés Jorge Hoshino y estaba compuesto por un pequeño lago y un bosque de acacias.

La conexión entre el interior y el exterior de la casa estaba clara para un contacto con la naturaleza, en una comunión entre vegetación y arquitectura. “La piscina era bastante calientica y despedía una enorme nube de vapor y calor a lo largo de la noche, y eso permitió aclimatar plantas. Era un jardín casi subtropical en la altiplanicie de la sabana. De ahí su misterioso encanto”, contó Pedro Shaio a la revista.

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Antes de ser las ruinas de un narcotraficante, fue una casa de enorme patrimonio arquitectónico. Un análisis de la Universidad de los Andes revela detalles de sus planos y el legado urbanístico de cuando estas casas eran parte de una no tan poblada Bogotá.