Castro cuenta cómo fue víctima de un compañero de trabajo que le decía permanentemente: “Qué culito, mirá cómo se te ve de rico en ese jean”. “Uy, ¿estás estrenando?”. “Mucha coca-colita”, y agrega que, por eso, su situación llegó al punto de que “no sabía qué hacer con mi cuerpo ni con mi pelo ni con mi cara para que esa persona dejara de decirme cosas inapropiadas”.

Relata que cuando, por ejemplo, llegaba al grupo a pensar en una idea para desarrollar, su compañero hacía comentarios que inmediatamente desataban en los demás observaciones sobre su cuerpo. “Todos hacían chistes de lo chévere que sería que yo hiciera un video con Esperanza Gómez. La cosa se puso tan irrespetuosa que en las fiestas de la agencia incluso algunos directores creativos me agarraban el culo”, escribe Castro en el portal informativo.

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Lo grave es que si ella se defendía, se reían, agrega, y recuerda que todo eso le produjo una confusión sobre lo que pasaba, y de ahí empezaron a surgir preguntas: “¿Es que acaso no existía? ¿En serio así se siente trabajar en una empresa? ¿Acaso mi look vale más que lo que yo pueda hacer? ¿De verdad? ¿Y encima tengo que pisotearme y reírme con los otros de mí misma para ser aceptada?”.

Un día no aguantó más y le dijo a su compañero de trabajo que parara. “A nadie más pareció importarle. Se rieron, salió un ‘uich’ cizañero y él solo dijo ‘dejá el visaje’ […]”. Cuenta también que su estado de ánimo cambió por completo.

“Reaccionaba a la defensiva, no escuchaba a nadie realmente, no veía la hora de huir temprano y me obsesioné con mi peso, con mi pelo, con mi ropa, con mi forma de hablar, con parecer perfecta para no perder el trabajo en esa agencia. Nunca en la vida había tenido un desorden alimenticio. Pues lo tenía. Me sentía la persona más sola del mundo”, continúa.

Una compañera le aconsejó que fuera a la oficina de recursos humanos, y es ahí donde el relato cobra otra dimensión. Le dijo a la directora de esa dependencia que necesitaba que la ayudara porque se sentía insignificante. Le contó todo: los comentarios de su compañero, la réplica de los demás, el irrespeto colectivo…

“Al final, yo estaba temblando por completo y sentía toda la sangre del cuerpo en mi cabeza”, sigue el vívido relato de Castro. “[…] Cuando terminé […,] la directora me abrazó. Sentí que no estaba sola, pero, tristemente, eso solo duró lo que el día a día se fue llevando”.

Efectivamente, el resultado de la denuncia de Castro le trajo más hechos que solo conducen a la perplejidad.

La directora de recursos humanos llamó a los dos jefes de la afectada y les contó todo. “Uno de ellos comenzó a reírse, así, de la nada”, recuerda Castro. “Me dijo que a mí me decían ‘cosas desde antes, como apodos X y Y y Z, y el fulanito de tu anterior grupo era el que los decía, entonces ¿por qué la agarras con este?’. […] Jamás en mi vida me había sentido tan disminuida escuchando algo así de un jefe, que creía que también velaba por mis intereses y no solo por los de su amigo”.

Poco después su acosador la llamó y le dijo que nunca debió ir a recursos humanos a sus espaldas, le recordó que ella “apenas estaba empezando” y que “tenía que entender que en esto hay que tener la piel más dura, que no había que tomarse esas cosas a lo personal”. Después de dos años y medio en la empresa de publicidad, Castro renunció.

Nota: en la primera versión de este artículo se decía, en el título, que Oriana Castro era ejecutiva, pero en realidad era creativa copy. Se escribió así porque ni ella ni los medios que difundieron su caso, y que Pulzo agregó, precisaron ese detalle.
Así mismo, la reconvención por haber acudido a recursos humanos no vino de sus jefes, como se infiere del relato de Vice, sino del propio acosador. La misma Castro hizo la aclaración a Pulzo.

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