Pocos estadounidenses, al margen del círculo de poder en Nueva York y Washington, han escuchado siquiera su voz. Solo se le ha visto a un lado en las conferencias de prensa, en alguna reunión en la Oficina Oval o al descender del Air Force One. Siempre con la misma sonrisa, la del yerno ideal. Esa cara es su mejor arma.

Desde la campaña de 2016, el esposo de Ivanka Trump es el hombre para las misiones delicadas, el que puso a su suegro en el buen camino en los asuntos clave, pero también el que despertó su instinto agresivo.

En julio de 2016, The New York Times lo describía como el “director de campaña de facto”. Poco después se le señaló de ser culpable de la remoción de Chris Christie, quien por entonces parecía el favorito de Trump para la vicepresidencia. Es que Christie fue el fiscal que acusó al padre de Jared, promotor inmobiliario, condenado en 2005 a una pena de prisión por diversos fraudes.

Desde entonces se puso el traje de eminencia gris. Grandes donantes, influyentes republicanos y otros miembros del “establishment” visitan su oficina para hacerle llegar mensajes.

Diplomáticos extranjeros también aprendieron que debían pasar por su oficina para establecer vínculos con el entonces adversario de Hillary Clinton. Fue a través de él que los japoneses lograron que su primer ministro, Shinzo Abe, fuese el primer líder extranjero con el que se reunió Trump tras su victoria en las elecciones de noviembre.

Y no fue una sorpresa que Trump lo nombrara su consejero principal al llegar a Washington, el que lleva su agenda diplomática. Encabeza el grupo que enfrenta a Stephen Bannon, el estratega nacionalista del presidente y quien viene del virulento portal Breitbar.com

Encuentros rusos

La relación de confianza entre el presidente y su yerno se construyó poco a poco desde que se casó con su hija Ivanka en 2009.

Trump es un presbiterano no demasiado practicante, mientras que Jared, nieto de sobrevivientes del holocausto, es un judío ortodoxo que cumple con el Shabbat y se desconecta del mundo el viernes en la noche. Ivanka se convirtió al judaísmo.

Pero Trump y Kushner comparten muchas cosas. Con estudios de derecho en Harvard y la Universidad de Nueva York, Jared se encargó del negocio familiar. Algunas transacciones fueron riesgosas, incluyendo la extravagante compra de la torre 666 en la Quinta Avenida en 2007, que todavía no es rentable.

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La adquisición del pequeño semanario New York Observer en 2006 tampoco fue un éxito. La publicación le trajo algo de notoriedad al joven Kushner, pero también muchas críticas. Un antiguo colaborador contó a Politico que Kushner era solo un heredero privilegiado, “no especialmente inteligente ni trabajador”.

Ahora su nombre apareció en la investigación del FBI, hoy en manos del investigador independiente Robert Mueller, que trata de establecer si hubo una colusión entre el comité de campaña de Trump y Rusia para favorecerlo en la elección presidencial.

Kushner se reunió en diciembre no solo con el embajador ruso en Estados Unidos, Serguei Kisliak, sino también con Serguei Gorkov, presidente del banco público Vnesheconombank, controlado por familiares de Vladimir Putin y sancionado por Washington.

Las justificaciones para estos encuentros han ido evolucionando a medida que surgen nuevas revelaciones. De acuerdo al Washington Post, Kushner habría propuesto al embajador Kisliak la creación de un canal secreto de comunicación con el Kremlin, lo cual no ha sido desmentido por la Casa Blanca.

En cuanto a Gorkov, los rusos inicialmente justificaron esta reunión por un interés en las compañías de Kushner.

Molesto por los constantes señalamientos en relación con la investigación de la trama rusa, Trump expresó el lunes una “absoluta confianza” en su yerno.

Pero tal como le pasó a Bill Clinton tras el espectacular fracaso de la reforma del sistema de salud que le había encomendado a su esposa, Hillary, Jared Kushner tal vez no sea un fusible más como el resto de los colaboradores del presidente.

Mientras tanto, Kushner prometió, a través de su abogado, cooperar con la investigación que lleva adelante el Congreso.

AFP

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