Bouton es autor del ensayo ‘El tiempo de la urgencia’, en el que plantea varios aspectos sobre la supuesta necesidad de ser veloces en estos tiempos.

La agencia AFP lo entrevistó (las preguntas está en negrilla).

¿Qué es el tiempo? ¿Darían una misma definición un científico, un filósofo, un estudiante o un pensionista?

Los distintos enfoques filosóficos y científicos sobre el concepto del tiempo coinciden todos en al menos un punto: quien habla del tiempo, habla de sucesión.

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La experiencia subjetiva del tiempo -que varía de una persona a otra según su humor, su edad, su generación, la sociedad, la era en la que vive, etc.- no desafía esa idea de sucesión.

Como decía el escritor de ciencia ficción Ray Cummings, el tiempo “es lo que impide que todo ocurra a la vez”.

La tiranía de la velocidad tal y como existe hoy, ¿afectaba también al mundo antiguo?

Incluso si encontramos descripciones de estilos de vida acelerados en la Antigüedad, por ejemplo con Séneca, hablando de ciertos miembros de las élites abrumados por la responsabilidad (comerciantes, abogados…), este fenómeno adquirió una magnitud sin precedentes en el mundo occidental a partir del siglo XVIII y sobre todo en el siglo XIX, cuando aparece la noción de que la propia Historia se está acelerando.

Esta sensación se debe en parte a una aceleración de los medios de transporte, seguida también por unos medios de comunicación más rápidos.

¿A partir de qué momento es criticable la velocidad?

El problema, a mi juicio, no es tanto la velocidad, sino el capitalismo desenfrenado, que adopta cada vez métodos más eficientes de producción y organización del trabajo.

En la actualidad, esto ha llevado a una ideología predominante sobre las ventajas de la velocidad, la aceleración y la hiperactividad, lo que ha resultado en fenómenos de hiperconexión y agotamiento.

Otra consecuencia es que la falta de tiempo puede traducirse en ciudadanos cada vez menos capaces, física y psicológicamente, de lidiar con la política, que requiere más y más tiempo para ser comprendida.

En este sentido, la democracia, que requiere tiempo libre o lo que los antiguos llamaban Skholè, se ve amenazado por la urgencia.

¿Quién puede escapar a ese peligro?

No creo demasiado en soluciones individuales de retirada: son un lujo que no todo el mundo puede permitirse. El problema es sistémico, por lo que la solución debe ser colectiva y política. Concretamente se trata de una cuestión de restablecer el control político sobre la economía.

Por hablar solo de un caso concreto, recientemente en Francia se han hecho tímidos avances en el derecho a “desconectar” (el derecho a no responder a mensajes, emails o llamadas profesionales fuera del horario laboral). Esto muestra que es posible hacer leyes que limiten la urgencia en el trabajo.

Por Claude Casteran – AFP