“Los académicos pueden decir con confianza que el porno es un producto industrial que modela cómo pensamos sobre el género, la sexualidad, las relaciones, la intimidad, la violencia sexual y la equidad de género…”, reporta The Washington Post.

La investigación científica extensiva a la cual hace referencia el ‘Post’ revela que “la exposición al porno amenaza la salud social, emocional y física de individuos, familias y comunidades, y destaca el grado en el cual el porno es una crisis de salud pública en vez de un asunto privado”.

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El periódico destaca los siguientes datos inquietantes:

–         Aquellos que veían pornografía eran propensos a decir que cometerían violación o asalto sexual (si supieran que no iban a ser capturados). Ver estudio en inglés.

–         Los consumidores de porno eran menos propensos a intervenir si observaban que un asalto sexual estaba ocurriendo. Ver estudio en inglés.

–         El consumo temprano de pornografía en niños estaba correlacionado con la perpetración de acoso sexual 2 años después. Ver estudio en inglés.

–         El consumo de porno está asociado con un incremento en la probabilidad de cometer actos de agresión sexual física o verbal. Ver análisis de 22 estudios entre 1978 y 2014 en 7 países.

–         Hay una correlación entre consumo de porno y actitudes que apoyan la violencia contra la mujer. Ver análisis de estudios.

–         Mujeres jóvenes en edad universitaria sufrían de disminución de la autoestima, calidad de la relación y satisfacción sexual correlacionada con el consumo de porno de sus parejas. Ver estudio en inglés.

–         El consumo de porno acelera la iniciación de comportamiento sexual de los adolescentes. Ver estudio en inglés.

El periódico asegura que en ausencia de programas de educación sexual estructurados, la pornografía se ha convertido en la ‘educación sexual de facto’ de los jóvenes.

¿Y cuáles son las características de esta educación sexual? Un análisis de contenido citado por ‘The Washington Post’ reveló que el 88% de las escenas contenían agresión física (nalgadas, asfixia, bofetadas); el 49%, agresión verbal (llamaban a la mujer perra, puta); y el 70% actos agresivos (el 94% de los blancos de agresión eran mujeres).

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