Ella no pudo acompañar a su pareja, Adriano Bittencourt, que viajaba siempre a todas partes con el equipo, porque estaba en trámites con su pasaporte.

“El viernes me dijeron que no llegaría a tiempo. Él me dijo que siguiera intentando, pero no resultó. Dios sabe cuándo deber hacer las cosas y creo que no era mi hora”, contó Valer entre lágrimas.

Con su camisa verde del club y unas gafas oscuras que le protegían el rostro, la mujer trataba de asimilar una realidad que se abría paso a punzadas, tras más de 12 horas de llamadas, lágrimas y noticias horribles que solo empeoraban.

Allí, al borde del gramado del estadio Arena Condá, convertido en doloroso punto de reunión de los familiares, Carine intentaba procesar el hecho de que ya nada será lo mismo.

“Él decía que me iba a dar una vida de reina y eso ocurrió en todos los sentidos. Desgraciadamente, no voy a tener nunca más esa vida, ni a él, ni su contacto”, dijo antes de ser reconfortada por uno de los psicólogos que apoyaban a las familias.

En el avión quedó el sitio que Adriano había guardado para Carine, esperando hasta última hora que lo pudiera acompañar en el vuelo que llevaba al equipo hacia el sueño de ser los campeones sudamericanos.

Ahora ella es parte de esa gran familia que une el luto (extendida hoy por todo el mundo) y que se concentra en el Arena Condá, en donde un cordón de camisas verdes, abrazos y sollozos entre el dolor y la conmoción rodea al estadio que hasta hace poco sentía la fortaleza del ‘Huracán del oeste’.