Como Solís de 42 años, los habitantes de las colonias La Roma y su vecina La Condesa de Ciudad de México revivieron la tragedia de aquel 19 de septiembre de 1985, cuando un sismo de 8,1 grados causó más de 10.000 muertos en el país y dejó en ruinas vastas zonas de la capital.

En ambos barrios, una vez más varias estructuras se vinieron abajo con el terremoto que sacudió este martes el centro de México a la hora del almuerzo. Al menos 138 personas han fallecido, entre ellas 36 en la capital, según balances oficiales.

“Estábamos en el piso 13 y las escaleras comenzaron a fracturarse mientras bajábamos, pero logramos salir”, relató entre gritos y llanto Amalia Sánchez, compañera de Lucía, frente a un edificio del que salía humo por la explosión de tanques de gas.

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Ante la falta de transporte público, un mar de personas caminaba por la avenida Insurgentes que separa a La Roma y La Condesa, el primero un barrio de moda, con bares, exclusivos restaurantes y donde residen muchos extranjeros; y el segundo caracterizado por sus costosos alquileres.

Apenas dos horas antes del terremoto, las alarmas sísmicas de Ciudad de México sonaron como parte de un simulacro que se realiza cada año desde el sismo de 1985.

Pero el pánico emergió en el ambiente de la ciudad como el olor a gas que se fugaba de las edificaciones. “No fumen, no fumen”, decían los socorristas advirtiendo de posibles fugas de gas.

Pánico en las calles

Las ambulancias apenas se abrían paso entre el tráfico paralizado en varios puntos de la ciudad, y cientos de voluntarios levantaban a mano limpia pedazos de techos, muros o escaleras en busca de personas atrapadas en los edificios derrumbados.

“Ya habíamos desalojado durante el sismo, pero regresamos por nuestras cosas y todo se derrumbó, de repente no había luz y sentía que el muro que tengo atrás de mi escritorio estaba inclinado sobre mí, por ahí pude arrastrarme y salir por el techo”, dijo Luis Pares, un ingeniero de 45 años.

“Pude sacar desde el techo a varios compañeros que estaban en el piso de abajo, casi todos increíblemente sin lesiones. Todavía no lo puedo creer. ¡Encima en 19 de septiembre!”, añadió relatando todo con una sonrisa nerviosa y sacudiendo con manos temblorosas el polvo a una de sus compañeras.

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En un barrio popular, a menos de 1 km del popular Zócalo de la capital, cientos de personas ayudaban a sacar escombros de una fábrica de textiles de cuatro pisos, que colapsó cuando había unos 200 trabajadores adentro.

“Calculamos que hay unos 17 trabajadores todavía atrapados”, comentó Luis Fernández, un delegado rescatista. “Es muy difícil meteremos entre los escombros”, dijo bañado en sudor.

Algunos voluntarios tomaron los coches de un supermercado cercano para mover los escombros. El ir y venir y los gritos solo se detenía cuando alguno de los que rescatistas levanta el puño: es la señal de que se escuchó a un sobreviviente.

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“Yo creo que nadie va a dormir esta noche, es la noche más triste de la ciudad en mucho tiempo. Creímos que ya no tendríamos otra así después del 85”, añadió Carlos Saldívar, un musculoso joven de 28 años que cargó rocas por lo menos seis horas.

Pasar la noche

Los barrios más afectados seguían sin electricidad, que fue suspendida para evitar explosiones por las fugas de gas y a medida que se acercaba la noche se multiplicaban denuncias de robos.

Para evitar los saqueos, residentes de algunos de los edificios más dañados, apilaron en la calle muebles, televisores y otros enseres domésticos a la espera de tener algún lugar donde guardarlos.

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“Tengo otro departamento y me voy a ir ahí, ya estamos llevando nuestras cosas, creo que a mis vecinos les están ofreciendo un albergue”, dijo María Reyes, de 35 años, habitante de un barrio de clase media de la capital.

Unas cuadras más allá, otros vecinos ayudaban a mover colchones y muebles. “Nada, no hay nada que hacer. Están apoyando los de otros edificios a mover las cosas”, señaló otro que también evitó dar su nombre.

“Ya tengo muchos amigos que me han ofrecido su casa”, dijo Alfonso Salinas de 40 años, mientras dos amigos suyos le ayudaban a subir sus pertenencias a un pequeño camión.

AFP