Anthony Scaramuccci lo había logrado: después de meses de ser bloqueado por rivales políticos, finalmente tenía un codiciado puesto en la Casa Blanca.

Pero apenas 10 días más tarde, el inversionista de Wall Street de verbo fácil y pasado televisivo estaba despedido, su esposa le había solicitado el divorcio y además se había perdido el nacimiento de su hijo.

Y por si todo esto no fuera suficiente, Scaramucci ya no era dueño de la compañía que lo hizo millonario, que debió vender para asumir el papel de director de comunicaciones de Donald Trump.

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El abrupto despido de Scaramucci el lunes completó una saga extraña, incluso para los estándares de una presidencia estadounidense que cada día prueba ser menos ortodoxa.

Scaramucci irrumpió en la escena política de Washington el 21 de julio, cuando el presidente Trump convocó al brillante empresario para desmentir la idea cada vez más extendida de que en la Casa Blanca reinaba el desorden.

“Amo al presidente”, declaró Scaramucci en la rueda de prensa inaugural en la que elogió a Trump como “un ser humano maravilloso” que tiene “un karma realmente bueno”.

Terminó su presentación ante los medios tirándoles un beso a los reporteros y a las cámaras de televisión.

En los días siguientes, Scaramucci acompañó a Trump en el avión presidencial, como se encargó de informar orgulloso, publicando una foto en su cuenta en Twitter con el pulgar hacia arriba.

Pero mientras Scaramucci disfrutaba de su soñado nuevo trabajo, las cosas aparentemente no estaban tan bien en su casa.

El New York Post informó de que su segunda esposa, de 38 años, había solicitado el divorcio a principios de julio y dijo que Scaramucci estaba viajando con el presidente cuando nació su segundo hijo, un varón.

Scaramucci respondió pidiendo a los medios “dejar a los civiles fuera de esto”.

“Puedo resistir los golpes”

“Puedo resistir los golpes, pero pediría que mantuvieran a mi familia en sus pensamientos y oraciones y nada más”, escribió en Twitter.

De hecho, Scaramucci recibió varios golpes en su empedrado camino hacia la Casa Blanca.

Vendió su participación en su firma global de inversiones, SkyBridge Capital, hace meses para que fuera posible llegar al preciado puesto que luego sería bloqueado por el jefe de gabinete de Trump, Reince Priebus.

Después de su nombramiento, Scaramucci trató de disipar los trascendidos de que él y Priebus se llevaban mal, diciendo que eran “un poco como hermanos que se pelean de vez en cuando”.

Pero las tensiones fueron evidentes desde el principio.

El secretario de prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, quien también se opuso a la designación de Scaramucci, dimitió el mismo día en que el exinversionista de 53 años se sumó al equipo.

Y pocos días después, Scaramucci llamó a un reportero neoyorquino y lanzó una andanada de improperios y groserías de contenido sexual, en la que tildó a Priebus de “esquizofrénico paranoico” y predijo que renunciaría.

En efecto, Priebus quedó fuera de juego días después, siendo reemplazado como jefe de gabinete por el general John Kelly, hasta entonces titular del Departamento de Seguridad Nacional.

Pero Scaramucci no tardaría en correr la misma suerte: Kelly, un exinfante de Marina con pinta de tener poca paciencia para los escándalos, lo echó apenas asumió el cargo el lunes.

Incluso antes del despido, con sus trajes impecablemente hechos a medida, gafas de sol de aviador y peinado de estrella de cine, Scaramucci se había convertido en un personaje ideal para la sátira política.

Su apodo, ‘The Mooch’ (que traduce parásito), no podía ser más memorable.

Pero sus apenas 10 días en el cargo ni siquiera le permiten ostentar un récord.

Según The Washington Post, el director de comunicaciones nominado por el presidente Ronald Reagan renunció en marzo de 1987, antes de cumplir una semana en el puesto, cuando surgieron informaciones de que había sido miembro de un grupo nazi cuando era joven.

AFP