A Vásquez, de 38 años, lo declararon muerto a las 18.35 hora local (23.35 GMT) tras recibir una inyección letal en la prisión de Huntsville, de acuerdo con la notificación del Departamento de Justicia Criminal de Texas.

Sus últimas palabras fueron: “Lo siento por la familia de David. Esta es la única manera de que me perdonen. Aquí tienen su justicia”.

En la madrugada del 18 de abril de 1998, Cárdenas, Vásquez y su primo Andy Chapa se fueron de una fiesta a la que habían acudido juntos en el municipio de Donna, ubicado en la frontera sur de Texas, a pocos metros de México.

Según confesó tras su detención, Vásquez había consumido drogas -marihuana y cocaína- y alcohol en la fiesta.

El ejecutado escuchó entonces “voces” en su cabeza que lo incitaron a matar a Cárdenas. Con un trozo de tubería lo atacó por la espalda y después le cortó la garganta mientras Chapa, que tenía 15 años, empezaba a cavar un hueco.

“Él todavía hablaba, fue entonces cuando lo alcé. La sangre le chorreaba y me empapó toda la cara. Algo me dijo entonces que me la bebiera”, dijo Vásquez a la Policía.

Después de esa macabra escena, Chapa remató al niño golpeándolo con la misma pala con la que estaba cavando la tumba y entre los dos trataron de descuartizarlo, sin éxito.

El cadáver lo escondieron en el hueco y lo cubrieron con hierba y ramas.

“El diablo me estaba diciendo que lo hiciera”, apuntó Vásquez, lo que llevó a los investigadores a barajar como hipótesis un crimen satánico, aunque después lo descartaron.

La Policía halló el cuerpo de Cárdenas al cabo de cuatro días después de que su hermana denunciara la desaparición. Una pista anónima condujo a los investigadores a Chapa, y de él a Vásquez, que había huido a un suburbio de Houston tras cometer el crimen.

A Vásquez lo condenaron a muerte, mientras que Chapa -menor de edad en ese entonces-, cumple una pena de 35 años de cárcel. Las autoridades le denegaron en 2015 una solicitud para salir en libertad condicional.

EFE

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