Bajo la rígida tasa de cambio oficial decretada por el gobierno —de 10 bolívares por dólar— el salario mensual equivale teóricamente a 1.500 dólares. Pero esta tasa está reservada para la importación de bienes básicos, como alimentos y medicinas esenciales.

Existe otra tasa flotante llamada DICOM, que se aplica a las compras con tarjetas de crédito internacionales, por ejemplo. Esta alcanza a 452,08 bolívares por dólar.

Para los venezolanos comunes, que no pueden importar alimentos ni tienen una tarjeta de crédito extranjera, la tasa de cambio que encuentran en las calles es por lejos muy superior: 1.000 bolívares por dólar.

Esta costosa tasa de cambio es aplicada a casi todo lo importado o lo que requiere ingredientes importados. Esto significa la mayoría de los bienes en Venezuela, que ha dependido por mucho tiempo de su riqueza petrolera para adquirir lo que necesita.

Bajo esta tasa, el salario mínimo se reduce a menos de 20 dólares al mes.

Incluso para los venezolanos que ganan más que eso la hiperinflación golpea sus bolívares, haciendo que las cosas sean inimaginablemente caras.

Esto hace que la clase media, que está cayendo a la pobreza, vea todos los bienes, salvo los alimentos, como un lujo. Comprar una hamburguesa, ir al cine o una noche de hotel están simplemente fuera de su alcance.

“Todo el mundo está bajando”, dice a la AFP Michael Leal, gerente de una óptica de 34 años de edad. “No podemos respirar”.

Tiendas cerradas

En Chacao, un barrio de clase media de Caracas, un grupo de oficinistas hace fila frente a una tienda de víveres para comprar el almuerzo más barato posible. A su alrededor, los restaurantes están vacíos.

Vista por encima, Caracas se parece a cualquier otra ciudad de América Latina, con rascacielos, autopistas de tráfico intenso y peatones que caminan de prisa.

Pero una mirada un poco más atenta descubre un profundo malestar económico. Muchas tiendas, especialmente de productos electrónicos, bajaron sus cortinas.

“Esto es horrible ahora”, dice Marta González, de 69 años y dueña de una tienda de productos de belleza.

“No hay compras, solo compran comida”, añade la mujer al tiempo que atiende a un cliente que paga con tarjeta de débito un par de afeitadoras desechables.

Un cartel pegado en la caja registradora indica “No aceptamos tarjetas de crédito”.

Filas y filas

En el mismo barrio, un moderno y elegante centro comercial con varios restaurantes con terraza, un espacioso Hard Rock Café y negocios de cadenas internacionales como Zara, Swarovski o Armani Exchange, luce desierto, salvo por la presencia de sus aburridos empleados.

En contraste, cerca de 200 personas hacen fila pacientemente para entrar a una farmacia.

No saben exactamente qué van a comprar, pero es la rutina de estos tiempos, hacer fila para tratar de adquirir algún producto de higiene personal de precio regulado, como por ejemplo la crema dental, antes de que se agote, lo que ocurre usualmente en pocos minutos.

“Hacemos esto todas las semanas. No sabemos qué vamos a poder comprar”, dice Kevin Jaimes, vendedor de autopartes de 21 años que espera junto a su familia. “Lo difícil es cuando hay una cola gigante y todo está agotado antes de llegar”, añade.

Cuando no se logra adquirir los productos de precio regulado en los comercios, la única alternativa es acudir a los revendedores en el mercado negro, que los ofrecen cien veces más caros.

Jaimes vive con su familia, integrada por siete personas, y trata de arreglárselas con un salario de 35.000 bolívares mensuales, en realidad unos 35 dólares.

Demasiado poco como para que pueda siquiera plantearse ir una vez al cine del centro comercial, donde la entrada cuesta 8.800 bolívares.

Si consiguiese algún modo para entrar al cine, la cartelera ofrece las mismas películas que se exhiben en Estados Unidos: ‘Capitán América: civil war’, ‘El libro de la selva’ y ‘Angry Birds, la película’.

Pero una ida al cine y un paquete de palomitas de maíz son lujos que muy difícilmente pueden permitirse los venezolanos por estos días.

Aumenta 900% la harina de maíz

El precio de la harina de maíz —ingrediente base de la arepa, plato típico de Venezuela— fue aumentado este lunes en 900% el kilo, dentro de una actualización de precios para incentivar la producción y reducir la grave escasez de alimentos básicos.

Congelado desde hacía 15 meses, el precio por kilo de este producto básico en la dieta del venezolano pasó de 19 a 190 bolívares (19 dólares a una tasa reservada por el gobierno para la importación de alimentos y medicinas), informó la Superintendencia de Precios Justos.

En Venezuela, el gobierno socialista aplica un férreo control de precios sobre los alimentos y otros bienes de primera necesidad y servicios, que según los empresarios ocasiona que no se cubran los costos de producción y tengan que trabajar a pérdida.

La harina es uno de los productos de la canasta familiar que más escasea, por lo que la Asociación Venezolana de Industriales de Harina de Maíz venía reclamando un ajuste de precios.

El país petrolero tiene la inflación más alta del mundo; 180,9% en 2015 y proyectada en 700% por el FMI para 2016.

La Superintendencia también incrementó el precio del pollo, que pasó de 65 a 850,37 bolívares el kilo (13 veces más). Este valor también estaba congelado desde el 20 de febrero de 2015.

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