El ladrón también deberá pagar una multa de 200.000 euros. El botín está compuesto por obras de Picasso, Matisse, Modigliani, Braque y Leger, estimado en unos 100 millones de euros, y sigue sin aparecer.

Tomic, apodado “hombre araña” en el sector del hampa por su habilidad para sustraer de pisos elevados de los mejores barrios de París joyas y obras de arte, tenía 15 condenas como antecedentes.

Fue detenido en 2011. Sin dudar mucho confesó el robo del museo, pero nunca dio los nombres de quienes se lo encargaron.

Otros dos hombres, acusados de encubrimiento, fueron también condenados a penas de cárcel.

Además, por haber sustraído estos tesoros de la humanidad, los tres fueron condenados a pagar una multa de 104 millones de euros a la alcaldía de París, dueña de las pinturas.

Jean-Michel Corvez, un anticuario de 61 años para el que Tomic ya hizo “algunos trabajos”, fue condenado a siete años de prisión y 150.000 euros de multa. Además, no podrá ejercer su profesión o gestionar un comercio de arte por cinco años. Se ordenó también la confiscación de sus bienes.

El tribunal estimó que Corvez fue quien ordenó el robo, contratado por una tercera persona.

Yonathan Birn, un relojero de 40 años que aceptó esconder las pinturas antes de, según él, “deshacerse de ellas”, fue condenado a 6 años de cárcel y una multa de 150.000 euros.

Un robo de película

Este robo de película se produjo la madrugada del 20 de mayo de 2010.

A las 3:30 de la madrugada de esa fecha, la temperatura en el Museo de Arte Moderno de París cayó bruscamente. Tras desatornillar un ventanal de plexiglas y cortar el candado de una reja corrediza, un hombre ingresó al recinto.

El video, de mala calidad, no permitió identificarlo. La silueta pasó de una sala a otra, para detenerse delante de “Naturaleza muerta al candelabro”, de Fernand Leger.

El ladrón arrancó la seguridad antirrobo del cuadro, sin que ninguna alarma se activase. Audaz, continuó la “visita” del museo.

Tomic diría a los investigadores que quería robar el Leger, y que no creía poder llegar hasta el vestido amarillo de “La mujer del abanico”, de Amedeo Modigliani.

Pero la suerte le sonrió y se animó a descolgar “Le Pigeon aux petits pois”, de Pablo Picasso; “El olivo cerca del estanque” de Georges Braque, y “Pastoral”, de Henri Matisse, todas obras que le “gustan”.

‘Nada funcionaba’

Esa noche en el museo, los tres guardias no vieron nada. Los detectores de movimiento fallaban desde hacía dos meses y las alarmas que debían activarse al romperse un vidrio estaban fuera de servicio. En resumen “nada funcionaba”, según uno de los agentes de seguridad.

Una información anónima permitió a los investigadores seguir la pista de Tomic, de metro noventa de estatura y conocido por su talento para hurtar obras de arte.

Una persona vio su silueta atlética merodeando alrededor del museo los días previos al robo. Su teléfono móvil, o el de uno de sus allegados, fue detectado en la zona cuando se produjo el robo.

Las escuchas y la vigilancia permitieron reconstruir sus pasos luego del robo: su teléfono fue detectado cerca de una estación de trenes de París y luego en un estacionamiento en el centro de la capital. Es allí en donde habría dejado las obras a un cómplice. Un segundo cómplice confesaría luego que guardó las obras un tiempo para luego deshacerse de ellas, botándolas a la basura.

Una tesis que no convence a los investigadores. Las obras son invendibles, los artistas son muy conocidos y el robo tuvo mucha prensa. Pero es difícil imaginar que se renuncie para siempre a la mirada de “La mujer del abanico” o a la paloma de Picasso.

En vano, la organización policial internacional, Interpol, difundió a sus 188 países miembros las fotos y descripciones de las cinco obras.

AFP

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