La mujer conoció a su futuro esposo, Marcel Amphoux, cuando trataba de comprarle cinco cabañas avaluadas en varios millones de euros que él tenía cerca de la estación de esquí Serre Chevalier, en los alpes franceses, relata el medio británico Mirror.

Poco tiempo después, la dispareja pareja empezó un romance que los vecinos del ermitaño, de 68 años, no vieron con buenos ojos por considerar que ella se estaba aprovechando de la situación para sacar rédito económico. Sin embargo, en septiembre de 2011, la pareja se unió en matrimonio.

Pese a que ya eran marido y mujer, Sandrine decidió quedarse a cuidar sus cuatro negocios en París, mientras que Marcel siguió viviendo en una de sus cabañas campestres, que carecía de electricidad y de servicio de acueducto. El medio francés Le Point, de hecho, afirma que “vivía como un oso”, retoma Daily Mail.

Un año después de la unión, el ‘ermitaño de los Alpes’, como era conocido, murió extrañamente en un accidente de tránsito. El auto, casualmente, era conducido por un amigo de Sandrine.

Luego del funeral de Marcel, los vecinos dieron casi por hecho que la mujer había logrado su cometido de quedarse con la jugosa herencia del viejo ermitaño, pero estaban equivocados: en su testamento, escrito algunas semanas antes de morir, en 2013, quedó consignado que cinco de sus cabañas quedarían en manos de los pobladores cercanos, y el resto de la herencia era para una prima suya. A Sandrine la dejó con las manos vacías.

La mujer, por supuesto, reclamó por el hecho, arguyendo que el testamento era falso. Sin embargo, hace pocos días las autoridades confirmaron que el testamento era genuino, por lo que la mujer, cuyo amor aparentemente era más por la chequera que por ermitaño, quedó, como dice el dicho, ‘viendo un chispero’.

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