“La peor tragedia del siglo XXI”, “Baño de sangre”, “Masacre”, “Nuevo Srebrenica”: en el campo occidental, sobran los calificativos para denunciar la ofensiva del ejército de Bashar al Asad, apoyado por Rusia e Irán.

Pero, pese a las condenas, los occidentales han sido muy timoratos ante este conflicto que desde 2011 ha causado más de 310.000 muertos, más que lo que ha dejado el conflicto armado en Colombia, uno de los más prolongados del planeta, con 250.000 personas muertas.

Las críticas de Occidente a la Rusia de Vladimir Putin sólo esconden una palpable impotencia. La canciller Angela Merkel calificó de “vergüenza” la incapacidad de la comunidad internacional en acudir en ayuda de Alepo.

“Nuestro deber es actuar, hemos tardado mucho en hacerlo en el plano político (…) Hay que actuar en el plano humanitario”, aseguró el martes en Berlín el presidente francés François Hollande, quien recordó que, tras un ataque con armas químicas que dejó centenares de muertos en 2013 en Siria, había propuesto una acción militar, pero que Estados Unidos se echó atrás en el último momento.

Los editorialistas del Viejo Continente se mostraban muy duros en los últimos días. Alepo es “el cementerio en Medio Oriente de las ilusiones occidentales”, aseguró el Financial Times.

“La comunidad internacional ha repetido que ‘nunca más’ observaría sin actuar a civiles ser víctimas de la arbitrariedad de dirigentes asesinos. Pero era pura hipocresía, pues es exactamente lo que pasa ante nuestros ojos en Alepo”, denunció por su lado el diario alemán Die Welt.

Sin solidaridad

“Los hombres, las mujeres, los niños de Alepo pueden morir, no moveremos ni un dedo”, denuncia el francés Libération, que señala la responsabilidad de Barack Obama en esta “planetaria retirada de la sensibilidad humana”.

Pero las opiniones públicas no ejercieron presiones sobre sus dirigentes. Pese a la omnipresencia de imágenes de horror, jamás Alepo desencadenó un impulso de solidaridad comparable al conflicto de los años 1990 en Bosnia-Herzegovina.

De Londres a Varsovia, las manifestaciones fueron escasas. Incluso en Alemania, donde viven centenares de miles de refugiados sirios, no se produjo ninguna gran manifestación.

Angela Merkel criticó recientemente este silencio de la sociedad civil, que sí está en cambio dispuesta a manifestarse contra un tratado de libre comercio.

“Merkel tiene razón, con todo lo que pasa en Alepo, es algo muy duro”, afirma Yusra Mardini, una joven nadadora siria refugiada en Alemania, que emocionó en los Juegos de Río con la historia de su fuga, en parte a nado.

Pero “si todos los días mirara lo que pasa en Siria, lloraría todo el tiempo en mi habitación (…) es algo realmente terrible, y el problema es que yo no puedo hacer nada”, admite.

Hay que remontarse al asedio de Sarajevo, en los años 1990, para encontrar una manifestación que congregara a miles de personas contra el ataque indiscriminado contra una ciudad.

“Nosotros que hemos vivido Sarajevo sabemos lo que supone, no podemos permanecer en silencio”, explica Mujo Agonic, veterano del asedio de la ciudad que causó 10.000 muertos, entre ellos su hija de 8 años.

“Alepo es el resultado del salvajismo de unos, de la complicidad activa y del total cinismo de otros, pero también de mucha cobardía e indiferencia”, admite François Delattre, embajador francés ante Naciones Unidas.

AFP