El mismo día en que se apagará el fuego sagrado, Bolt cumplirá 30 años y habrá completado dos ciclos olímpicos sin conocer la derrota más que ante sí mismo en grandes campeonatos.

Carl Lewis le aconseja que no se precipite a la hora del adiós, que lo haga sólo “cuando esté listo, ni un segundo antes”, porque también Michael Phelps se fue dos veces y otras tantas regresó para seguir siendo el mejor nadador de la historia.

Trece años después de darse a conocer con su victoria en los Mundiales juveniles de Sherbrooke (Canadá) y su récord mundial júnior (19.93) la temporada siguiente, Bolt deja huérfano al atletismo olímpico, que difícilmente encontrará una figura publicitaria de su categoría, capaz no solo de ingresar 23 millones de dólares -según Forbes-, sino de encandilar a medio mundo.

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Su biografía recuerda que un muchacho de 17 años, larguirucho, desgarbado y tímido, se encomendó en 2004 a la dirección técnica de Glen Mills, el hombre que un año antes había hecho campeón mundial al cristobalense Kim Collins en París.

Los Juegos Olímpicos le han transfigurado en leyenda viva del deporte. Siempre anheló -no tuvo empacho en proclamarlo reiteradamente- convertirse en un mito equiparable a Mohamed Alí o a Pelé.

Y sin embargo su primera experiencia olímpica le dejó un sabor amargo, en Atenas 2004. En las series de 200 metros notó un pinchazo y cruzó la meta andando. La prensa jamaicana se ensañó con él. Blando y cobarde, le llamaron.

Había tenido problemas físicos en los isquiotibiales y siempre sospechó que no llegaría muy lejos en aquella competición. “Atenas fue una experiencia horrible para mí”, recuerda.

Pasó una breve crisis de confianza, hasta que encontró a Glen Mills, que a su vez le puso en manos del médico alemán Hans-Wilhem Muller-Wolhlfahrt, que le detectó una imperceptible cojera y le invitó a trabajar en ejercicios de compensación, además de fortalecer su espalda en el gimnasio.

Desde aquella dolorosa experiencia Bolt ha ganado cuantas medallas de oro olímpicas se le han puesto al paso. En campeonatos del mundo, sin embargo, todavía fue vulnerable durante un tiempo.

En los de Helsinki 2005 se lesionó y llegó el último a la meta en la final de 200. En los de Osaka 2007 ya sólo le batió el estadounidense Tyson Gay. Estaba a punto de producirse el gran estallido del Relámpago.

Bolt, cuya morfología (196 centímetros, 76 kilos) se adapta mejor al 200 que al 100, trabajó a fondo los desequilibrios de su cuerpo para alcanzar la excelencia en el esprint.

En junio del 2008 logró su primer récord mundial de 100 metros en Nueva York (9.72) y a partir de ahí su vida dio un giro espectacular. El joven tímido surgido de las zonas rurales de Jamaica con unas zapatillas viejas en la mano se estaba convirtiendo en un astro del deporte universal.

Los Juegos de Pekín 2008, pensados para mayor gloria Liu Xiang, vieron la dolorosa caída del gran atleta chino, que no pudo competir, con el tendón de aquiles destrozado, y sirvieron, en cambio, de rampa de lanzamiento para Usain Bolt.

Sus deficiencias físicas le pasan factura de tarde en tarde. Bolt sigue visitando con frecuencia la consulta del médico alemán, el mismo a quien Pep Guardiola despidió del Bayern Múnich tras responsabilizarle de la derrota frente al Oporto en la Champions. Lo visitó antes de los Juegos de Londres, después de su doble derrota frente a Blake en los campeonatos jamaicanos, y ha vuelto a hacerlo antes de Río, después de los problemas que le impidieron competir en los “trials” jamaicanos.

Bolt llegó a la capital carioca con cuatro tripletes en campeonatos globales, seis oros olímpicos y once mundiales, dejando escapar una sola presea dorada -por su culpa, descalificado por salida falsa en la final de 100 del Mundial de Daegu 2011- durante los últimos ocho años.

En los Mundiales de Berlín 2009 repitió, paso por paso, la gesta olímpica del 2008: tres oros y otros tantos récords mundiales. Falló el triplete en Daegu 2011 (hubo de conformarse con los títulos de 200 y 4×100), pero reanudó la triple cosecha el año pasado en los de Pekín.

Los de Río han sido sus últimos Juegos. Lo dijo antes de empezar, en una multitudinaria rueda de prensa que terminó con unos pasos de samba junto a esculturales bailarinas brasileñas. Siempre el espectáculo, ante todo.

EFE

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