En sus memorias de la experiencia, publicadas en El País Semanal, Carlin asegura que más que una fiesta, las míticas reuniones organizadas por el fallecido Hugh Hefner podrían catalogarse como “visitas turísticas” o “convenciones de viejos verdes”.

“Debíamos ser unas 100 personas, todos hombres menos una rubia vestida de rojo y un par de jóvenes asiáticas de pechos caricaturescamente inflados… el autobús que nos recogió en el hotel se detuvo en la oscuridad, a unos 100 metros de la casa de Hef, y el conductor apagó el motor. Había recibido órdenes de detenerse, nos explicó. Es que teníamos que llegar a las ocho, y todavía faltaban cinco minutos. Un individuo, deseoso de disimular la humillación colectiva que estábamos sufriendo, pero impaciente también por comenzar la juerga, sugirió a voces que la única mujer del autobús –la rubia de rojo- se colocara adelante y nos hiciera un espectáculo”.

Las fiestas se realizan en grandes carpas de plástico, que ocupan el tamaño de dos canchas de tenis, y varias conejitas, de menos de 25 años, reciben y atienden a los invitados que llegan, asegura Carlin. “Había mesas y un pequeño escenario detrás del cual proyectaban imágenes de otras mujeres ligeras de ropa que bailaban con energía en una fiesta anterior también celebrada en la mansión”.

“Todos se abalanzaron sobre el bar, consiguieron una bebida en vaso de plástico, se la bebieron de un trago y se lanzaron a la actividad, que para la gran mayoría de los invitados iba a consumir gran parte de la velada: hacerse fotos con los brazos alrededor del mayor número posible de chicas”.

Hugh Hefner
Hugh Hefner junto a invitadas de una de sus fiestas, en 2002. / Getty Images

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Varias celebridades entraron a la fiesta, entre ellas, Pamela Anderson, que causó gran conmoción entre los invitados. “Hef entró como un viejo emperador romano, tan arrugado como me lo esperaba” y “acompañado por un séquito de cuatro rubias superoxigenadas, con vestidos que parecían una burda caricatura del ‘look’ Versace”.

Mientras Carlin seguía una visita guiada por algunos lugares de la mansión, como los jardines, el zoológico y la famosa gruta, escuchó a un hombre decirle a otro: “Ojalá me hubiera acordado de quitarme el anillo de casado antes de venir”, a lo que el otro le respondió: “Es verdad, yo también lo había pensado. ¿Qué te parece que nos los quitemos por esta noche?”.

“Esos hombres que habían ido conmigo a la Mansión Playboy se habían creído el engaño de que aquello era una fiesta de verdad, en la que uno se enrollaba con la gente… Habían perdido el juicio y se habían tragado la fantasía de que aquellas hermosas jóvenes veinteañeras, con sus pechos desbordados y su sonrisa profesional, se habían arreglado así con el propósito declarado de obtener sus favores sexuales”.

Cómo es una fiesta en la Mansión Playboy
Invitadas a la fiesta Midsummer Night’s Dream en la Mansión Playboy. / Getty Images

Para Carlin, la Mansión Playboy es un parque temático sexual y la fiesta en la que estuvo, “un espectáculo aséptico” con muy pocas probabilidades de que las chicas se desnudaran. “Esta era una fiesta que, si alguien la hubiera filmado, no habría merecido ni una calificación de menores acompañados”.

Para confirmar su sospecha acerca de las fiestas en la casa del magnate, Carlin decidió preguntarle a un camarero su opinión acerca de estas y la disposición de las conejitas para acostarse con los invitados. “Nunca jamás: antes se congelará el infierno”, le respondió el hombre, que ya llevaba varios años trabajando allí.

“Ahora, la verdad, la verdad que no quieren que se sepa, es que aquí pasan muchísimas menos cosas de las que se imagina la gente”, le dijo el camarero.

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