Álex Yaír Palacio es uno de los que juegan el también conocido como ‘deporte del pueblo’. No necesita la camiseta del Barcelona o del Real Madrid para hacer magia. Orgulloso, luce el uniforme de la empresa de construcción para la que trabaja en el norte de Bogotá y que a diario lo convierte en el “rey de la cancha”.

Es la hora del almuerzo y Palacio y sus compañeros de obra juegan fútbol en un campo de cemento de un exclusivo barrio bogotano, una escena que se repite a diario en Colombia, sede de la Copa Mundial de Fútsal de la FIFA entre este sábado y el primero de octubre.

Apuestan una gaseosa de dos litros o los 6.000 pesos (unos dos dólares) que vale. Enfrentan a otros obreros, pero también a estudiantes y oficinistas, y compiten sin distinción de raza, estatus social o económico.

El primer equipo de cinco jugadores que anote tres goles se lleva el botín. Y además tiene el derecho de seguir compitiendo, en una modalidad callejera que en Colombia se conoce como “Rey de cancha”.

“La idea es en la hora de almuerzo hacer deporte. Es muy esencial para el cuerpo… Es un ambiente muy bueno, se desestresa uno hartísimo”, comentó Palacio a la AFP.

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El talento de este joven negro, de 28 años, y sus compañeros es el punto de mira de los curiosos que almuerzan mientras observan un espectáculo deportivo gratuito e improvisado y también de los que esperan su turno para pisar la cancha.

Para Iván Novella, director del Mundial de Fútbol Sala Colombia-2016, que reunirá a 24 selecciones nacionales, el balompié de espacio reducido “es el deporte del pueblo” en el país. “Creería que aquí, incluso, la gente juega más este tipo de fútbol que el mismo fútbol once”, aseguró.

“Más emoción”

La modalidad en el fútbol callejero varía según el espacio del que se disponga. En las canchas sintéticas o de los parques se juega fútbol cinco. En las calles de los barrios abunda el micro, que tiene balones, arcos y equipos más pequeños.

“En el micro se siente más emoción porque hay más goles”, indicó David Macalister Silva, jugador profesional de Millonarios F.C. y quien durante su adolescencia dividió su tiempo entre ambas disciplinas.

El sueño de convertirse en profesional conseguido por Silva estuvo a punto de ser realidad para Palacio, el obrero de construcción que en el norte de Bogotá llama la atención por sus gambetas y potencia.

En su natal Chocó, el departamento más pobre del país, se destacó en torneos locales de fútbol. Entonces, la familia que emplea a su madre como trabajadora doméstica en Bogotá lo presentó con un directivo del Chicó Fútbol Club.

Para la época, en 2004, ese equipo profesional tenía su sede en la capital, aunque un año más tarde se mudó a la ciudad de Tunja (centro) y pasó a llamarse Boyacá Chicó.

Allí entrenó Palacio durante seis meses y estuvo a minutos de debutar en la liga colombiana, frente al Envigado. “Uno desaprovecha las oportunidades que le brinda la vida, y en ese caso yo la desaproveché, y hartísimo. Me dediqué al alcohol”, explicó.

“Deporte de integración”

Tras ser expulsado del elenco, se dedicó a la construcción, y solo al mediodía y cuando juega campeonatos en barrios bogotanos vuelve a brindar destellos de su talento. “No se discrimina las clases sociales, nada de eso. Esto es un deporte de integración”, agregó.

Es tan integrador, que en un mismo equipo se pueden ver a Lionel Messi, Juan Román Riquelme, Falcao García, Cristiano Ronaldo y Ronaldinho. O al menos las camisetas símiles que usaron a lo largo de su carrera futbolística, pero en las espaldas de jugadores anónimos.

Es el caso de Juan Pablo Torres, de 17 años, quien luce la casaca del Paris Saint Germain y considera un “milagro” jugar fútbol en las calles. Oriundo de Villanueva, un municipio de los llanos orientales, llegó a Bogotá en enero pasado para empezar sus estudios universitarios.

“Acá todo el mundo se trata por igual, porque un deporte como estos lo único que nos ayuda es a ser más personas”, sostuvo, y señaló que “la cultura” de los jugadores oficia de árbitro ante las jugadas discutidas.

Cuando la hora de almuerzo finaliza, cuando los pies y pulmones no dan más, o simplemente cuando ya no hay rival para vencer, los “futbolistas callejeros” abandonan los estadios improvisados para continuar la rutina de sus vidas.

Pese a ser el jugador estrella de su equipo, Palacio reconoció que en esta jornada desperdició “como cuatro goles”. A cada fallo respondió con alegría o llevándose las manos a la cabeza, sin abandonar su sonrisa no obstante las burlas de sus espectadores y colegas. “Prácticamente esto es como un Mundial”, dijo.