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Ocampo considera que el fútbol, deporte que entiende como su religión, pierde sentido cuando los jugadores cometen esos “pecados” y quedan sin penitencias ni castigos, aun los que los confiesan, con lo que se envía el mensaje “sombrío y corrosivo” de que en el fondo todo vale por ganar.

Entre los que han confesado, Ocampo recuerda en su columna de El Tiempo los casos de Maradona, que con un gol hecho con la mano eliminó a Inglaterra en el mundial del 86; y el del holandés Robben, que admitió haberse tirado al piso para conseguir el penalti con que Holanda eliminó a México del Mundial de 2014.

También trae a colación lo sucedido con el arquero de Chile Roberto Rojas, que en 1989 se tiró al piso cuando una bengala le cayó cerca, en el estadio Maracaná, en un partido contra Brasil, y se cortó él mismo la cara con una cuchilla para que suspendieran el encuentro. Acá, Ocampo destaca la actitud de la Fifa: “Chile fue castigado y no pudo ir a dos mundiales, y el arquero fue proscrito de por vida”.

Y, claro, se refiere al gol del peruano Ruidíaz en esta Copa América, con el que fue eliminado Brasil, y por el cual expresa su decepción. Pero también rescata a redentores del fútbol y del ‘fair play’ como Elvin Mammadov, del Inter Baki, de Azerbaiyán, en un partido en 2015 contra el Qarabaq por el primer puesto de la liga.

El árbitro pitó una falta contra Mammadov y decretó un penalti. Mammadov le reconoció que no hubo falta y le dijo que la sanción no era correcta, pero el juez no lo escuchó. El jugador cobró, pero tiró el balón para un lado. “¡Esos son los que mantienen mi fe en esta religión!”, destaca Ocampo.

 

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